La mentira –ingenua, cínica o pesimista– es que escribir no sirve para nada. Voltaire decía que con sus libros un escritor no logrará ni siquiera cambiar las costumbres de su vecino: hoy podría argumentarse que a pesar de milenios de gran literatura, la humanidad sigue conociendo la guerra, la pobreza y la injusticia. Entonces, ¿callar? No, ante la falla del mundo el silencio no será jamás la opción. Y, más aún, ¿cómo estar seguros de que no incidieron en la mentalidad de sus contemporáneos y no han importado en el devenir de las sociedades humanas los libros de Voltaire, de Dickens, de Erasmo, Lord Byron, Tolstói, Neruda... ¡tantos más!? ¿De veras no han sido nada en la lucha por la igualdad de los derechos de la mujer los textos literarios de Virginia Woolf, Simone De Beauvoir, sor Juana...? «Creer en los libros como medios de acción o no creer es ante todo eso: creer o no creer», escribe Gabriel Zaid. Pues bien: la elección del escritor novato es creer.
Tan sencillo como recordar que la invención de la escritura hizo nacer la Historia: escribir sí cambia el mundo.