jueves, junio 02, 2005

De la literatura como acción

La «doble raíz» de que habla Witold Gombrowicz no hace de la creación un ejercicio espurio, pues las finalidades «no literarias», como la gloria, el dinero o las causas sociales, no son ajenas a la literatura. Más concretamente, esos propósitos –sólo negados por los hipócritas, los santos y los cínicos– son manifestaciones de rasgos naturales del ser humano, y la literatura, como señalaba Alfonso Reyes en El deslinde, «expresa al hombre [y la mujer, por supuesto] en cuanto es humano». Por esta razón, las finalidades «no literarias» han de formar parte también, más que de un bastardo e inconfesable para-qué, del fatal, privado y muy humano por-qué-se-escribe. Como lo ejemplifica el Dostoievski de J.M. Coetzee en The Master of Petersburg, la escritura nace de la carencia sentida por el artista a partir de su relación conflictiva con la realidad. Nadie escribe y nada se escribe desde el limbo, nadie toma la decisión de obedecer a la urgencia particular de la escritura si no es a partir del drástico descontento ante la experiencia vital. Y si se vive en una sociedad de injusticia, violencia, corrupción, miseria, discriminación, desigualdad y cinismo, y si este panorama provoca en el escritor una desazón y rabia que rayan en la repugnancia, no hay menoscabo de lo artístico en el plantear la literatura como una forma de acción posible, al menos en la forma de una crítica irreductible de esa sociedad. ¿Se puede pasar por alto tan a la ligera el hecho de que el Quijote, la novela más valiosa de cuantas se han escrito, narra la historia de un lector de ficciones que sale al mundo a combatir la vileza? Existe, pues, el derecho pleno de fundar la literatura propia como una respuesta subversiva a ese sentimiento de penuria –falta, carencia– esencial del mundo. Esto es: se escribe porque no se puede no escribir y al mismo tiempo para responder –rebelarse, impugnar– al mundo, a la realidad. Al presente. Porque y para, simultáneos.