jueves, junio 30, 2005

Magno Magris, ensayista

il saggismo è la peripezia, struggente e insieme ironica, dell'intelligenza che avverte l'inautenticità dell'immediatezza e il divario fra la vita e il suo significato e tuttavia punta, sia pure obliquamente, a quella trascendenza del significato che resta inattingibile nella realtà, ma che balena nella consapevolezza della sua assenza e nella sua nostalgia.

Claudio Magris, Danubio

martes, junio 28, 2005

Contra las tesis

Hace tiempo leí en la convocatoria de un premio nacional de ensayo una restricción que fue puesta, me parece, con gozosa y tierna saña: «Muy importante resaltar que las tesis profesionales no podrán concursar». Y es tan triste el destino de las tesis sobre literatura, que también Casa de América y el Fondo de Cultura Económica, organizadores de un Premio de Ensayo, les han puesto una tácita valla, algo así como un ¡Fuchi!, No Pasarán.
¿A poco no es lamentable que las tesis se hayan ganado la imposición de estas fronteras vergonzantes? Es cierto que nadie se pondría a decir que las tesis son un género literario: lamentablemente, las tesis sobre literatura no son literatura, son bibliografía. Pero lo peor de todo es que la gran mayoría de las tesis ni siquiera en su estatus de bibliografía tienen lectores, y las pocas que sí los tienen, como es de esperarse, son leídas y recicladas sólo dentro del condescendiente medio académico, esto es, raramente salen de ese mundo autófago para defenderse solitas ante la crítica más feroz de la arena intelectual abierta.
Son muy pocas las que están escritas con un criterio que conjunte el rigor y la divulgación. ¿No resulta obsceno dedicar tres o cuatro años a escribir una tesis de doctorado que nadie tendrá interés en leer?

lunes, junio 27, 2005

Adiós, vacaciones

Estaba ya listo el viaje a Culiacán, del 8 al 13 de julio. Andrea, te imaginarás, andaba de lo más de entusiasmada. Pero el martes pasado choqué el auto (estaba lloviendo, puedo decir como excusa). Y ahora que veo en cuánto me saldrá el chistecito, me temo que tendré que pasar la charola con mis cuates, o cancelar el viaje. Se aceptan donativos.

viernes, junio 24, 2005

Rechazo conradiano de lo sobrenatural

all my moral and intellectual being is penetrated by an invincible conviction that whatever falls under the dominion of our senses must be in nature and, however exceptional, cannot differ in its esence from all the other effects of the visible and tangible world of which we are a self-conscious part. The world of the living contains enough marvels and mysteries as it is; marvels and mysteries acting upon our emotions and intelligence in ways so inexplicable that it would almost justify the conception of life as an enchanted state. No, I am too firm in my consciousness at the marvellous to be ever fascinated by the mere supernatural, which (take it any way you like) is but a manufactured article, the fabrication of minds insensitive to the intimate delicacies of our relation to the dead and the living, in their countless multitudes; a desecration of our tenderest memories; an outrage on our dignity.

Joseph Conrad, en el prefacio a The Shadow-Line

viernes, junio 17, 2005

Lo escuché en un sueño anoche

Mi hermano Lizandro me decía:
«Pues debes saber que el amor, como la muerte, es una decisión».

jueves, junio 16, 2005

La Generación de la Crisis

La Generación de la Crisis está formada por los jóvenes mexicanos nacidos a partir de finales de la década de 1960. Se trata de una multitud a la que tocó crecer en el difícil último tercio del siglo XX, en el contexto social y político que marcó la decadencia y el derrumbe de los gobiernos priístas: las crisis económicas, el desempleo, la pobreza, la inflación, la corrupción, el fraude electoral, la violencia, el anquilosamiento del sistema educativo y el debilitamiento estructural de las instituciones del Estado.

miércoles, junio 15, 2005

País de Ibargüengoitias

El problema es que si en este país todos escribieran como Ibargüengoitia, nadie se daría cuenta de lo grato que es tener a un autor como Ibargüengoitia (y sus pocos afines). Escribir con humor no es garantía de escribir bien, ni de escribir páginas valiosas. Por eso voto a favor de que cada quien escriba como le dé su regalada gana (o como le salgan las cosas): con humor, sin humor, como sea.
Mientras tenga algo que decir, claro.

martes, junio 14, 2005

¿El compromiso del escritor?

No se puede seguir aceptando acríticamente la hipocresía tautológica de los escritores que proclaman siempre: «El único compromiso del escritor es consigo mismo», o: «con el arte», o: «con el lenguaje», o: «escribir bien». ¿Razones? Por descontado se da que el escritor ha de ser auténtico en sus textos (que escriba de lo que le importa y lo atosigue y le urja y lo atrape, con todo y que la palabra auténtico sea una palabra y, como palabra, mentirosa), que busca crear una obra de arte única y valiosa (todo escritor toma conciencia de que desea serlo a raíz de leer a sus antecesores y buscar emularlos, estar a su altura, etcétera), que intenta reavivar la lengua (encontrar combinaciones nuevas de palabras y frases y párrafos que construyan mundos que superen el uso cotidiano del idioma) y que, además, por su previsible voracidad de lector, domina la sintaxis y tiene buena ortografía (si bien hay quienes ni eso).
Ante esas respuestas parciales de la mayoría de los escritores, es necesario apuntar el otro lado de la «doble raíz», la aceptación de las motivaciones «espurias» (el dinero, la gloria, el poder) y –meollo de las reflexiones recientes– de un posible compromiso moral con la época, postura individualísima que, sin embargo, sobre todo a partir de la caída del Muro de Berlín y la debacle de las ideologías, en este país es rechazada o negada por la elite y los acólitos de un medio cultural prejuicioso, inerte, frívolo, parásito, misógino, lambiscón, ninguneador y cínico.

miércoles, junio 08, 2005

Mi nana Sara

El sábado pasado, mi cumpleaños, murió en Culiacán Sara Félix, la madre adoptiva de mi mamá. Mi abuela biológica, María Mariño, murió el 27 de mayo de 1940, al nacer mi madre. Mi nana Sara fue desde entonces la verdadera mamá de mi mamá. Nunca supimos su edad con certeza, su acta de nacimiento se perdió durante la Revolución. Los últimos años empezó a perder la memoria. Cuando viajaba a Culiacán, yo iba a visitarla a El Palmito; en esa colonia había una casa donde ella vivía con una gran cantidad de nietos y bisnietos. Se siente extraño.
Mis hermanos trataron de localizarme durante el fin de semana. Yo andaba en Cuernavaca y mi celular traía la pila descargada, yo había olvidado en el depa el cargador. Por una serie de circunstancias complicadas, no me enteré sino hasta hoy. Se siente raro, la muerte distante.

Retrato del artista psiquiatra

E assumida a sua condição de homem comum reduzido aos raros voos de perdiz de uma poesia ocasional, sema corcunda da imortalidade agarrada às costas, sentia-se livre para sufrer sem originalidade e dispensado de rodear os seus silêncios da muralha da taciturna inteligência que associava ao gênio.

A. Lobo Antunes, Memória de elefante

martes, junio 07, 2005

Francisco Cervantes, poeta del presente

(Los párrafos que siguen son un fragmento de «Acercamiento a Francisco Cervantes», ensayo mío publicado en la revista Tierra Adentro, 134, junio-julio 2005.)

¿Por qué lusófilo? ¿Por qué no ¡mejor! un afrancesado o un borgeano amante del orbe anglosajón? Es insólito que en diferentes artículos y entrevistas hubiese tenido Cervantes que justificar su lusofilia. Pero se comprende: Portugal y España llevan casi cuatro siglos de estar unidos por la espalda: el primero con los ojos fijos en Inglaterra y la segunda en Francia o en su propio y arrogante ombligo. La cultura mexicana ha heredado el desdén hispánico hacia el universo de habla portuguesa y, lo sabemos bien, Fernando Pessoa y José Saramago –si acaso Rubem Fonseca, recientemente Lobo Antunes– han sido sólo las excepciones que ratifican la costumbre.
Como Alfonso Reyes y Juan Rulfo, fue Cervantes un lusófilo enfático. «Nunca he sido extranjero en un país de esta lengua», proclamó al terminar una charla en el Centro de Estudos Brasileiros de la ciudad de México el 25 de noviembre de 1986. Ante el rechazo o las sonrisitas condescendientes de quienes desconocen la universalidad literaria de Camões y Gil Vicente, de Tomás Antonio Gonzaga y Almeida Garrett, de Eça de Queiroz y Machado de Assis, de Carlos Drummond de Andrade y Jorge de Sena, Clarice Lispector y Sophia de Mello Breyner Andresen, João Guimarães Rosa y Murilo Mendes, ¡uf!, ¡tantos más!, ante esa inconsciente lusofobia –venía diciendo–, Francisco Cervantes se vio precisado a explicar las razones personales de su amor a lo lusobrasileño.
Primero tiene que ver su raíz gallega, el pasado de su familia en la tierra donde parecen fundirse las diferencias de lo portugués y lo castellano. Segundo, su descubrimiento de Brasil a través de Pepe Carioca, el gracioso loro vestido con los colores de la bandera brasileña en una película de Walt Disney, Los tres caballeros, que a su vez lo llevó a enamorarse de la lusitana Carmen Miranda. Tercero, el azaroso encuentro en su adolescencia de una antología de poesía brasileña preparada por Manuel Bandeira, libro cuya lengua extranjera y sin embargo invitante y posible pareció hablarle de un mundo intuido en su propia sangre. Y cuarto, el amor de una mora, una portuguesa que lo llevó a escribirle fados y cantares de amigo en una mezcla seudoarcaica de castellano, gallego y portugués, la base –dicen algunos– dificultosa o indescifrable de su libro mayor, Cantado para nadie, publicado en 1982 y que le valió el Premio Xavier Villaurrutia:

Quisiera hablar en vuestra lengua
Mas lo que diré no daría matices
Ni su sombra sería de lo deseado.
Decidme entonces qué palabras, tonos,
O la ausencia de ellos servirían.

(«Sustento del olvido», en Cantado para nadie)

Así, en Cantado para nadie, Aulaga en la Maralta (1985), Heridas que se alternan (1985) y Los huesos peregrinos (1986) hay poemas completos, o si no, versos y epígrafes, o sólo títulos en portugués o en gallego. Homenajes a Luís de Camões, Gil Vicente, el rey Don Dinís, el trovador Joan Zorro, Rosalía de Castro, monólogos dramáticos o evocaciones de la vida y hechos de reyes y navegantes portugueses, poemas de saudades a la amada, Galicia, Lisboa y el río Tajo, hacen de este ciclo central (para mí, el más valioso de Francisco Cervantes) un universo entrañable, saudoso e invitante. Difícil no ratificar la propia lusofilia –o caer en su embrujo de una vez y para siempre– luego de recorrer esta región del mundo poético de Francisco Cervantes.
Así, fue en Cervantes la lusofilia una atadura posible del apátrida. Porque, a diferencia de Octavio Paz, que mantuvo con totalizante voracidad la mirada y la palabra en el nombrar y el pensar sobre el aquí y el allá –eso que llamamos México y eso que llaman el mundo–, que supo mezclar la herencia europea y la embrujante ignotez de India y Japón con las raíces mestizas de un nativo de Mixcoac, Francisco Cervantes sólo quiso desmexicanizarse y casi exclusivamente volverse un amante saudoso de Lisboa, un juglar andariego, un trovador gallego del siglo XIII, un secreto heterónimo de Fernando Pessoa. Receloso de que ninguna Patria puede congregar entre sus límites la inasible aspiración de humanidad, Cervantes jaló con perseverancia el extremo del allende, de las raíces antiguas de una época en la cual México no existía ni como brumoso proyecto de Jehová... Pero, ¡ah, caramba!
¿Se puede renunciar a la época?

lunes, junio 06, 2005

La apuesta es personal

No es cuestión de exigirle a la literatura un compromiso enfático con la denuncia de los problemas de la realidad. Hay que despejar el equívoco. Se trata en todo caso de una apuesta personal del escritor durante la génesis de cada palabra, pues no estoy hablando aquí de una postura frígida o castrante del lector que exige de los libros que pasan por sus ojos el obvio compromiso con los problemas de la sociedad.
Mario González Suárez, el autor de la suprema y escalofriante De la infancia, ataca el realismo porque, considera, es el «género que posee una gran eficacia didáctica y demagógica pues crea la ilusión de que hay una coincidencia entre lo escrito y la realidad. El realismo es —más que una forma— la doctrina que mejor casa con los intereses y objetivos políticos del Estado». Además, González Suárez califica de «ingenuidad» cualquier narrativa realista porque «no se puede dar solución en el espacio textual a problemas que la requieren en los ámbitos social o político».
Ahora, supón el caso siguiente: un joven, una muchacha, un anciano —aquí no importan el sexo ni la edad— se pone a escribir, digamos... una novela. Partiendo de estímulos en un primer momento no del todo claros para sí mismo, poco a poco se da cuenta de que en su narración se delata una rabia visceral ante su mundo y su época; sin embargo, a pesar de que responde a esos estímulos y pulsiones de la realidad —pero que siente como estímulos y pulsiones íntimas porque le importan brutalmente, porque le atosigan el pensamiento, porque lo incomodan y apremian y desea transmitir a la página esa incomodidad y apremio, ese pensamiento atosigado, esas pulsiones brutales que intuye compartidos de alguna inconsciente manera con los demás vivientes de su época—, busca crear un mundo que tenga al mismo tiempo validez literaria. Es decir, aúna el qué de su fuerte y particular exasperación con el cómo de sus lecturas, práctica y reflexiones sobre el acto de escribir.
Y no se trata en su caso de darle solución en un libro de ficción (es decir, lleno de hechos inciertos e imaginarios) a los problemas de la «realidad». Más que nada, escribe, como diría Gombrowicz sobre Rabelais, «lo mismo que un niño hace sus necesidades bajo un arbusto: para aliviarse». La escritura se revela como un proceso íntimo, nacido, sí, de las contradicciones ineluctables con su circunstancia, pero siempre y en definitiva aislado del hacer «práctico» del mundo. Precisamente porque es un libro, porque es escritura, significa una renuncia a priori a lo que se entiende por «acción», al ámbito de lo práctico: pero el estar encerrada o encerrado en su cuarto frente a una hoja de papel o la pantalla de la computadora no es un escapismo hacia la torre de marfil, pues la escritura, al valerse de un lenguaje creado en sociedad, es una forma del actuar en esa sociedad. La suya es, pues, la necesidad de explorar y expresar en el papel y la tinta el desasosiego de su existir en este mundo y esta época, desasosiego tal vez cercano al que sienten aquellos que nunca habrán de tomar una hoja de papel ni se acercarán a un teclado con la perentoria e incomprensible fatalidad de escribir una obra maestra que vivifique los mapas sociales del lenguaje y reconstruya en ciento cincuenta o doscientas páginas el caos insoportable y mirífico del mundo —y no es, claro, el oportunismo y el afán de lucro de los profesionales de la corrección política que defienden maquinalmente la causa de moda por el puro afán de ganar fama y currículum de abajofirmantes y vestirse del hipócrita ropaje de luchadores sociales para que los lectores de izquierdas los lean con benevolencia acrítica.

viernes, junio 03, 2005

Creer

La mentira –ingenua, cínica o pesimista– es que escribir no sirve para nada. Voltaire decía que con sus libros un escritor no logrará ni siquiera cambiar las costumbres de su vecino: hoy podría argumentarse que a pesar de milenios de gran literatura, la humanidad sigue conociendo la guerra, la pobreza y la injusticia. Entonces, ¿callar? No, ante la falla del mundo el silencio no será jamás la opción. Y, más aún, ¿cómo estar seguros de que no incidieron en la mentalidad de sus contemporáneos y no han importado en el devenir de las sociedades humanas los libros de Voltaire, de Dickens, de Erasmo, Lord Byron, Tolstói, Neruda... ¡tantos más!? ¿De veras no han sido nada en la lucha por la igualdad de los derechos de la mujer los textos literarios de Virginia Woolf, Simone De Beauvoir, sor Juana...? «Creer en los libros como medios de acción o no creer es ante todo eso: creer o no creer», escribe Gabriel Zaid. Pues bien: la elección del escritor novato es creer.
Tan sencillo como recordar que la invención de la escritura hizo nacer la Historia: escribir sí cambia el mundo.

jueves, junio 02, 2005

De la literatura como acción

La «doble raíz» de que habla Witold Gombrowicz no hace de la creación un ejercicio espurio, pues las finalidades «no literarias», como la gloria, el dinero o las causas sociales, no son ajenas a la literatura. Más concretamente, esos propósitos –sólo negados por los hipócritas, los santos y los cínicos– son manifestaciones de rasgos naturales del ser humano, y la literatura, como señalaba Alfonso Reyes en El deslinde, «expresa al hombre [y la mujer, por supuesto] en cuanto es humano». Por esta razón, las finalidades «no literarias» han de formar parte también, más que de un bastardo e inconfesable para-qué, del fatal, privado y muy humano por-qué-se-escribe. Como lo ejemplifica el Dostoievski de J.M. Coetzee en The Master of Petersburg, la escritura nace de la carencia sentida por el artista a partir de su relación conflictiva con la realidad. Nadie escribe y nada se escribe desde el limbo, nadie toma la decisión de obedecer a la urgencia particular de la escritura si no es a partir del drástico descontento ante la experiencia vital. Y si se vive en una sociedad de injusticia, violencia, corrupción, miseria, discriminación, desigualdad y cinismo, y si este panorama provoca en el escritor una desazón y rabia que rayan en la repugnancia, no hay menoscabo de lo artístico en el plantear la literatura como una forma de acción posible, al menos en la forma de una crítica irreductible de esa sociedad. ¿Se puede pasar por alto tan a la ligera el hecho de que el Quijote, la novela más valiosa de cuantas se han escrito, narra la historia de un lector de ficciones que sale al mundo a combatir la vileza? Existe, pues, el derecho pleno de fundar la literatura propia como una respuesta subversiva a ese sentimiento de penuria –falta, carencia– esencial del mundo. Esto es: se escribe porque no se puede no escribir y al mismo tiempo para responder –rebelarse, impugnar– al mundo, a la realidad. Al presente. Porque y para, simultáneos.