Yo, por mi parte, quisiera aprender a rezar. No contemplar como esteta a los que se acercan al Muro para elevar sus plegarias. Aunque a veces me ha consolado llegarme ahí, e incluso he pedido ser traspasada por una mínima dosis de humildad. Pero siempre me retiro dándole la espalda a las piedras —y no de frente e inclinada como hacen los devotos— para sentarme al fondo y mirar desde lejos a quienes son capaces de no rebelarse con razonamientos —de no rebelarse, punto— contra la evidente carencia de reciprocidad y de justicia.
Sé que muchos de los que se aproximan al Muro son también seres insatisfechos, almas perplejas, corazones amargos y contritos, que los hay soberbios; y he visto puños que se elevan amenazadores. La diferencia está en que esperan una respuesta, a corto o a largo plazo, no importa: esperan, y eso les da fuerza para argumentar el derecho a ser escuchados.
Esther Seligson, «Retazos jerosolimitanos (1981-1982)», en Escritos a mano.