…una vida que no termina por terminar de escurrirse pese a los intentos por deshabitarla de mis venas... Casi me atrevería a afirmar que la propia Diosa es quien la detiene y coagula igual al vano impulso de arrojarme contra los farallones escabrosos. Anclada estoy, mi propia lápida soy, piedra de sepultura sin nombre, sin fecha de nacimiento, sin origen, ignorada por padres y hermanos, huérfana, virgen estéril mancillada por miles de ojos ávidos, sedientos de la sangre que nunca fluyó, ni fluirá de mi cuerpo para satisfacción de la Diosa humillada en su divina vanidad... La detesto, y ella lo sabe, por haberme otorgado una gracia no pedida, singularizado en un convite donde soy la única agasajada, espectro en eterno soliloquio hambriento de contacto humano... Se diría que a mis piernas les han brotado raíces, a mis brazos ramas, mis cabellos están erizados de diminutas astas, y temo cada mañana encontrarme de pie sobre pezuñas, bramando... De la blanca túnica ha tiempo que no queda hilo, de vástagos flexibles he retejido mi rala vestimenta y yazgo entre la hojarasca en una cueva como cualquier animalillo... ¿De qué tendría que estarle agradecida a mi aborrecible Señora?...
Esther Seligson, «Voz sin sombra», en Cicatrices.