lunes, mayo 16, 2005

El biógrafo de su lector, en palabras de Socorro Venegas

En Tierra Adentro (126, febrero-marzo 2004, pp. 92-93) se publicó la siguiente reseña de Socorro Venegas a mi libro El biógrafo de su lector.

Socorro Venegas

Percibir a Macedonio Fernández, en palabras de Borges, puede ser tan simple y complejo como percibir “un sabor o como un dolor; si el otro no ha visto ese color, si el otro no ha percibido ese sabor, las definiciones son inútiles”. Por ello resulta oportuno y particularmente valioso el estudio de Geney Beltrán Félix: El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández. Nos llega este libro, pues, de primerísima mano, es decir, de alguien que ha logrado percibir al gran Macedonio.
El autor, que se define a sí mismo como “un joven crítico que por su solo y tan raro nombre de pila” bien podría ser personaje de alguna novela de Macedonio Fernández, se ocupa en este libro de este personaje singular de las letras hispanoamericanas. Analiza fundamentalmente dos de sus obras: No toda es vigilia la de los ojos abiertos y Museo de la novela de la Eterna, que, como explica Geney Beltrán en su “único y serio prólogo”, fueron escritas en la “semioscuridad de una vida desarreglada y bohemia”.
Podría decirse que Macedonio, en sus obras, propuso a un lector muy activo, un poco quizás a imagen y semejanza suya: si, como dice Geney, Macedonio era más un “pensador que escribe” que un “escritor que piensa”, paradójicamente el lector ideal para la literatura de Macedonio es un lector que piensa, más que un lector que lee. De hecho, asienta Geney, a Macedonio no le interesaba mucho ser leído, no guardaba sus borradores o las servilletas donde escribía alguna idea ni perseguía editores. No: era más una mano etérea tanteando en lo invisible que una mano de escritor.

El gran Macedonio (1874-1952)



Borges también alude a este afán de Macedonio por permanecer apócrifo, como Sócrates, Pitágoras o Buda, y remata: “¡Qué raro! La gente que ha influido más en la humanidad ha sido la gente que ha conversado y no ha gente que ha escrito”.
La obra de Macedonio es lúdica, y uno de sus juegos más divertidos es el metaliterario. Dice Geney Beltrán, refiriéndose a Museo: “La Novela es un personaje que lee la novela: se lee a sí misma”. Así, Macedonio dialoga: con su lector, con sus personajes, con su obra en el momento en que está creándola. Y el análisis de estas y otras peculiaridades es presentado con un estilo muy claro y fresco por el ensayista. No son cualidades menores, pues El biógrafo de su lector está muy lejos de ser uno de esos inaccesibles ensayos para especialistas, se trata por el contrario de una obra que invita amablemente a leer a Macedonio Fernández. Geney Beltrán logra presentarnos a este complejo autor, revela y descifra claves imprescindibles para comprender a Macedonio y a su obra: “Sólo con el conocimiento de sus ideas metafísicas se ilumina ventajosamente la comprensión de sus ideas estéticas y de su exigente literatura”, dice Geney Beltrán.
Además, el ensayista constantemente se dirige al probable lector con guiños que consiguen mantener vigente el interés por continuar la lectura. Así, resulta que Geney Beltrán también dialoga, con cierto acento lúdico, con su lector, en un ejercicio que lo aproxima aun más a Macedonio.
Este libro, merecedor por cierto del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2002, nos sumerge en ese universo excepcional de Macedonio, donde todo parece estarse creando y mirando por primera vez en el instante en que es nombrado. Es bueno recordar que Borges comparó a Adán con dos hombres. Uno era Whitman. El otro, desde luego, Macedonio Fernández.