Mi amigo E. me invitó a participar en su blog colectivo. Acepté. Escribí dos entradas con tema amoroso. A la segunda, B., otro de los autores de la citada página, me regaña. Que ese blog, cuyo nombre llevaba la palabra amor, no era un confesionario personal, sino un espacio para ejercer la crítica mordaz.
E. me habló por teléfono: ¿ya viste los comentarios de B. a tu último post?
No, déjame veo -le dije.
Cualquiera habrá de pensar que somos unos desokupados bohemios güevones, pero no: aunque de B. nada sé, de E. tengo entendido que trabaja en una oficina de gobierno, tiene un horario de tiempo completo y de vez en cuando dedica tiempo a flirtear con las muchachas de otros pisos en el mismo edificio donde trabaja.
En fin: el regaño de B. me llevó a decirle a E. que me retiraba del blog colectivo. Apenas me doy abasto con este No Blog, donde pongo lo que me da mi regalada gana, con todo y que mi lector Augusto se pase pitorreando de mi cursilería. Mucho de esto son «palabras de otros», como diría Carlos Oliva Mendoza. Por eso es un No Blog, quiero decir, al menos, un No Blog Literario, porque aquí meto cualquier cosa, sin detenerme a pensar en si literariamente va a satisfacer el exigente criterio de mi seudoamigo Augusto: confesionario de adolescente, ingenuas y rimbombantes declaraciones de un escritor novato, antología de frases y textos ajenos, cartitas personales, fragmentos de mis textos narrativos inéditos, lo que sea, todo lo que me venga en gana. La delicia de ser tu propio editor no tiene límites ni vergüenza.