
Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
jueves, mayo 08, 2008
Siberia, de David Olguín, en el nuevo Teatro El Milagro

miércoles, mayo 07, 2008
Desiertos, hoy

martes, mayo 06, 2008
Días de introversión

Al dejar el Parque Francisco Niebla —ese viernes de finales de febrero—, se topó de frente Marioralio con una papelería. Revisó la cartera y en el local pidió un frasco de pegamento. Después caminó a su casa. Al entrar a su cuarto levantó el colchón y tiró todas las cartas al suelo. Una a una las empezó a pegar en las paredes ya nunca más blancas de la recámara: toda la correspondencia de tantos meses habría de convertirse ahora en el diario tapiz que le recordaría sus deudas, su expectación, Omar, la niña, su padre, Beata María. Y la casera, ¿qué? ¿No diría acaso Está usted loco, señor Espósito, ésta es mi casa y por más que usted pague la renta de este cuarto no puede echarme a perder las paredes con ese cochinero, ese caudal de páginas absurdas? Pero ese pensamiento ni de lejos lo pudo inquietar. De alguna manera entendía, por lo demás, que la vida no estaba en esas cartas, sino afuera, en las calles, en las casas ajenas, en la gente como Lauro Gumersindo y Beata María, vidas rudas y lejanas que él no podría siquiera vislumbrar si seguía en su aislamiento de cartas leídas secretamente.
Esa misma noche tuvo Marioralio un sueño que habría de reiterarse una y otra vez con muy leves cambios. Estaban los tres (Lauro Gumersindo y Beata María y él) sentados a la mesa de una mañana soleada, en una sala grande de paredes blancas. Vivos y sonrientes, los tres comían y, como si nada hubiese pasado nunca en esa fastidiosa vigilia adyacente, hablaban de temas triviales e inmediatos, de ir al súper o cortarse el pelo, como si fueran ellos su amante y padre desde hacía ya tanto, y vivieran juntos y muy felices. Cambiaban cada noche en sus sueños uno o dos detalles: los temas de la charla, los lugares que ocupaban a la mesa, si acaso las prendas que vestían. Durante el día de repente —a media mañana en la Oficina, a la hora de la comida, mientras iba por la calle de regreso a su casa— recordaba Marioralio del sueño las preguntas y gestos y respuestas, y en esos momentos sentía una incómoda (por inmerecida) ola de bienaventuranza correr por su piel, justo en estos tiempos de gran soledad y desazón.
En la vigilia se dedicó pronto a buscar —como sucedió a partir del secuestro de su padre— una respuesta a su inquieta sensación de espera. Necesitaba la claridad de una señal: Haz esto, ahora. ¿Qué era esto? ¿Cuándo sería el ahora? Durante varios fines de semana se subió a los microbuses y recorrió las rutas completas de un extremo a otro de la gran Ciudad, llegaba a barrios remotos y aunque casi no hablaba con nadie en sus trayectos sí observaba los rostros de la gente, las fachadas de las casas y comercios, el pavimento, las banquetas, los perros y los autos, sin comprender bien a bien si acaso esta urbe degradada conocía no sólo una frontera geográfica —el comienzo del campo— sino, más aún, un límite a su violencia. Al atardecer o ya de noche regresaba a su cuarto cansado pero con un sentimiento de oxigenada y viva saciedad.
viernes, mayo 02, 2008
Narrar el norte

martes, abril 22, 2008
Contraverano, de Mijail Lamas

viernes, abril 18, 2008
Encuentro de Escritores Latinoamericanos

“Pasiones y obsesiones”
Dedicado a Octavio Paz
24 – 26 abril de 2008
Sandra Lorenzano, Coordinadora
JUEVES 24
Inauguración. 10:30 – 11:00 hrs.
María Teresa Franco, Consuelo Sáizar, Jorge Volpi, Carmen B. López-Portillo, Alejandra Frausto, Mario Bellatin, Enzia Verducchi, José Ramón Ruisánchez, Sandra Lorenzano.
Mesa 1. 11:00 – 13:00 hrs.
Jorge Volpi
Anamari Gomís
Eduardo Antonio Parra
Enzia Verducchi
Daniel Link (Argentina)
Mesa 2. 13:00 – 15:00 hrs.
Santiago Vaquera (Estados Unidos)
Rafael Lemus
Rosa Beltrán
Claudia Guillén
Alexandre Vidal-Porto (Brasil)
Comida. 15:00 – 16:00 hrs.
Mesa 3. 16:00 – 18:00 hrs.
Nicolás Poblete (Chile)
Sergio González Rodríguez
Tryno Maldonado
Igor Barreto (Venezuela)
Claudia Posadas
Inauguración de “La persistencia de la mirada. 25 retratos del rostro de las letras”, exposición de Rogelio Cuéllar. 19:00 hrs.
VIERNES 25
Mesa 4. 12:00 – 14:00 hrs.
Jorge Fernández Granados
Martín Kohan (Argentina)
José Ramón Ruisánchez
Iván Thays (Perú)
Geney Beltrán Félix
Conferencia “Pasado en claro”, Adolfo Castañón. 14:00 –15:00 hrs.
Comida. 15:00 – 16:00 hrs.
Mesa 5. 16:00 – 18:00 hrs.
Sealtiel Alatriste
Álvaro Enrigue
José María Espinasa
Daniela Abade (Brasil)
Héctor de Mauleón
Mesa 6. 18:00 – 20:00 hrs.
Julieta García
David Medina Portillo
Darío Jaramillo (Colombia)
Ignacio Solares
Arturo Arias (Guatemala)
Heriberto Yépez
Espectáculo “Blanco”. Circo Raus. 20:00 hrs.
SÁBADO 26
Mesa 7. 15:30 – 17:30 hrs.
María Alzira Brum (Brasil)
Bernardo Esquinca
Mauricio Montiel
Mario Bellatin
Nicolás Cabral
Mesa 8. 17:30 – 19:30 hrs.
Mauricio Molina
Lina Meruane (Chile)
Pablo Boullosa
Roxana Elvridge-Thomas
Myriam Moscona
Fran Ilich
Inauguración de la exposición “Los indígenas mexicanos en la mirada de Octavio Paz”. Colección de Indumentaria Mexicana “Luis Márquez Romay”. 19:30 hrs.
Inaugura Marie Jose Paz
Coctel de cierre del Encuentro.
jueves, abril 17, 2008
Conferencia en Culiacán
lunes, abril 07, 2008
La Palanca trae «El Libro de Gabriel»

En el exterior de los sobres se veía el nombre de ella, la destinataria: María Aspettani, luego la dirección. Cada día él recargaba la bicicleta en la verja, sacaba la carta del morral y se la extendía, sin verla a los ojos. Ella estaba ahí con una expresión cansada y un poco (también) expectante. Sin sorpresa, como si se tratara de un ritual exacto, María tomaba la carta, con los ojos lanzaba un «Gracias» mudo que para Sicrano equivaldría a un Cualquier carta, cualquiera me basta, y cruzaba el jardín hacia la puerta mientras rompía con ávido descuido el sobre, y él proseguía su ruta, sintiéndose, al principio, sagaz, satisfecho tal vez —y ya después débil, tembloroso sin duda.
Y pasaban los días: y pasaron los meses.
Luego de varias semanas había aceptado Sicrano su imposibilidad de hablarle a María Aspettani. Durante muchos días se planteó, como una inquietud recurrente y pecaminosa, lanzarle una pregunta, matar sin miedo este silencio cómplice e invencido que los separaba con mayores hierros que la verja negra. Deseaba saber más de ella, si estaba enferma, de qué sufría, sobre todo qué pensaba de su Libro, y en el mismo instante en que cruzaba la calle, sabía que nada saldría de sus labios, se imponía callar, mejor no hablarle, no tender hacia ella ni siquiera una sonrisa por el temor obtuso a causarle daño, a que a través de la verja sus labios con sus palabras vivas y llenas del afecto o la preocupación lo hicieran lastimarla.
Por lo demás durante las primeras semanas llegó a aceptar Sicrano ante sí mismo que su mudo nexo con María Aspettani era una ficción débil, un absurdo vulnerable. Muchas otras jovencitas podrían tener el mismo parecido con su personaje Marialba, quien a su vez no era sino —y él lo aceptaba— la refracción posible de sus hijas muertas en un solo cuerpo del presente, pero él entendía que esa vez de finales de marzo lo que vio en María fue, más que solamente el físico: fue la expresión enferma de Marialba en uno de los pasajes que algún día, más adelante, escribiría de su Libro pero que ya bullía en su mente: cuando el heredero Léster sube a buscarla a la Sala de Extracción del Ministerio... Eso había sido.
En todo caso, ¿cuál era su propia relación con la María Aspettani verdadera —la de carne y hueso, que habría de tener parientes, amigos, una historia tras de sí—, no con la figurilla esbelta de la muchacha silenciosa de todos los mediodías? ¿Qué era ella para él, más allá de la similitud escabrosa con su personaje? ¿Había tal vez exagerado al pensar que, más que de una enfermedad, de lo que ella sufría era de un estado de indolencia o depresión protosuicida?
Cualquiera podría pensar (llegó a decirse) que todo esto se trataría más bien del asedio de un viejillo calenturiento que se hace ilusiones con una chamaquita: Mete hilo —sus cartitas— para ya luego sacar hebra: echársela un buen día. No, eso no: era ridículo. Además, sería casi el incesto. Si bien el ejercicio diario en la bicicleta había logrado mantenerlo con una sana fortaleza, era su senil, sombría mente la que lo hacía sentir por dentro casi un moribundo. Y como tal, había renunciado al sexo. Y además, ¡no, María no! ¿Qué sentía por ella? ¿Cómo sentir algo genuino por alguien de quien se ignora todo, o casi todo? ¿Cómo alegar afectos —sí— filiales por una persona a quien no le hablas? Y sin embargo con las semanas llegó a ver el cartero en María Aspettani a una especie de hija, sobrina por lo menos. Debía protegerla. Quizá exageraba. ¿Qué podía hacer? Su impotencia ante sí mismo, su imposibilidad para hablarle era una suerte de barrera instintiva. ¿O acaso repetía con ella la frialdad distante de su padre, cuando él era niño, y su propio no-estar-nunca-cerca de sus hijas, antes de que ellas muriesen? ¡Pero cuánto era ya de eso!
Aun así, a menudo se imaginaba Gabriel Sicrano que la muchacha —ella— habría por fin de interrogarlo. Entre el temor y la alegría posible, trataba de no levantar los ojos al momento de extenderle el sobre, si bien a veces llegaba a hacer una mínima pausa antes de dar media vuelta y subirse de nuevo a la bicicleta, en silencio inviolado. Ella le podría preguntar —pensaba el buen cartero— no las cosas lógicas de ¿Por qué me escribe a mí todo esto? o ¿Qué quiere, qué busca en mí con tanta página ficticia?, sino, ya más profundo: ¿Cuál es su necesidad, la suya, la íntima, la ineludible, de narrar estas historias, no importa si es a mí o a quien usted desee? ¿Por qué escribe...? Y él no habría sabido entonces responderle, ¿cómo podría explicar tan fácilmente, ahí sobre la acera, que no hay razón ninguna que sustente o justifique el necio luchar diario con la inútil escritura, o que en todo caso ese Libro lo había venido escribiendo desde hacía ya seis años sin saber quién lo leería, que nunca se planteó siquiera —como ahora— que podría estar cerca de terminarlo? Lo había visto, sin decírselo del todo, como un Libro para el Resto de su Vida, una escritura sin fin que se confundiese con su propia existencia, su pensar, su piel, su cuerpo, lo que sea... ¿Para qué escribir? No, no era ésa una pregunta aceptable en ningún mundo. Quizá tan sólo su respuesta —parcial, injusta, escasa— sería que él buscaba imaginarse que así fuese una persona —una sola, ¿qué importaba?— quien leyera sus historias todavía inconclusas, ya él no habría de morir cuando muriese...
Nada más eso.
miércoles, abril 02, 2008
martes, abril 01, 2008
Sobre el autor de El arte de la fuga

lunes, marzo 24, 2008
sábado, marzo 15, 2008
Hoy en Laberinto...
Pero ahora ando de vacaciones con mi hija Andrea, que manda saludos, y está impaciente porque ya quiere que dejemos esta compu prestada en un centro comercial y nos vayamos a una alberca.
lunes, marzo 03, 2008
Presentación
jueves, febrero 28, 2008
Decepciones del crítico ingenuo
miércoles, febrero 27, 2008
Aunque soy escasamente Palacio

lunes, febrero 18, 2008
El mundo no existe

La comida siempre, o casi siempre, está fría. Los despiertan a las seis de la mañana, salvo los domingos. Se bañan dos veces a la semana. Se quejan (no todos) de que el agua está helada. La prefecta —le dicen La Chancla— tiene una voz chillona, que los demás sentirán como un trapo rasposo en los oídos. Toman clases en la mañana: un mismo maestro atiende tres grados (y cada grado tiene cosa de diez o quince alumnos). Los maestros como que gustan de gritar. Seguido lo hacen. También usan la vara. Los niños —algunos— extienden las manos, o se hincan. Los demás escuchan: entonces hay gritos y quejas rezongadas. Transcurren sin estruendo ni conciencia las semanas y los meses. Las paredes grises del dormitorio, del salón, las paredes grises del patio que en las tardes de lluvia se llena de lodo, las paredes perduran.
Paulatinamente llega el momento de elegir. Otros ya lo han hecho, sin darse cuenta: el odio rojo contra el mundo o la indefensa lástima de sí mismo. Él decide, también sin saberlo: ni odio ni lástima. Pone atención en las clases, se interesa —sin exceso— en la historia, el español y las ciencias naturales. Así llega a saber que nada importa, nada queda, no habrá de quedar nada después de millones de años de futuro. En algún momento tendrá que desaparecer todo. Los demás... bueno, los demás ya hablan de culear. Esconden y se intercambian revistas con viejas tetonas y peludas de la panocha. Hay concursos en los baños. El Toro —el más robusto, el bravucón— lanza el esperma mucho más lejos. Se ha escapado en dos ocasiones y cuenta historias de navajazos y de putas.
Él —él— ya ni se interesa en acercarse a escucharlos. Los mira como de lejos (y luego ni los mira siquiera). Habla muy poco. Nadie lo molesta —lo intentaron alguna vez—: él parece no entender lo que ellos dicen o no enojarse o no sentir patada alguna en las espinillas. Dicen que siempre tiene cara de güeva o de mongol. Una vez los oye decir Ha de ser marica, y él los observa con la impasibilidad del que intuye que dentro de millones y millones de siglos esas palabras no importarán, no se quedarán. Ni ésas ni otras. Hasta que un día, al final del curso de tercero de secundaria, un maestro —se apellida Tirado— le entrega un libro. Se titula No hay ningún reborde del Ser por donde caer a la nada.
martes, enero 29, 2008
Operación Bolaño

martes, enero 22, 2008
Blanco Móvil, 106

lunes, enero 07, 2008
...y ese editor soy yo

Editor es —por lo menos en estas páginas, pues no es así siempre en la realidad—el laborioso e inquieto artesano de un catálogo: es decir, hablamos de quien decide qué publica una editorial, quien fija y defiende una línea específica y reconocible. Su función es configurar, a través de ese catálogo, un canon particular de obras en que se identifique, postule y —acaso, muy ambiciosamente— dé forma a los rasgos y las pulsiones elementales de una sociedad y una época.
El editor es un protobibliotecario: pone en manos de los distribuidores, los libreros y los lectores esos libros que, pasado un tiempo, habrán de hallar su sitio necesario en las bibliotecas —no en las librerías de viejo, esos lastimosos cementerios de papel, receptáculos de los volúmenes que nadie quiere ver ni en sus estantes—, y al decir «bibliotecas» se entiende cualquier biblioteca: la pública y la personal, la universitaria y la extranjera: se trata de los títulos que habrán de expresar y moldear las inquietudes intelectuales de la siguiente generación.
El editor es, idealmente, un héroe cultural de su sociedad y su época. Idealmente: la realidad es otra, grosera casi siempre, insultante a ratos, sólo en muy pocos casos esperanzadora.
Una industria sin soberanía
La industria editorial mexicana, en no pocas instancias, no es ni lo primero, ni lo segundo, ni lo tercero. Donde es industria no es editorial, donde es editorial sólo raramente es mexicana.
Cuando es industria, produce libros como si fueran latas de conserva o pares de zapatos: en serie, obedeciendo a un patrón del best-seller, de lo que la gente (se supone) espera y compra; esta industria no tiene editores, y así no puede llamarse industria editorial: quienes deciden qué se publica son los gerentes de ventas, como bien ha señalado André Schiffrin y lo comprueba cualquiera que se acerque a las mesas de novedades de las librerías. Basados en estudios de mercadotecnia o, más corrientemente, en los prejuicios derivados de una dócil fijación a los números negros, estos gerentes apuestan (es un decir) por títulos que durarán una temporada, venderán acaso bien y dejarán su lugar muy pronto a otros libros igual de olvidables.
Cuando es editorial, es decir, cuando una editorial vende en México obras de calidad, sólo en pocos casos nos hallamos ante sellos mexicanos: Valdemar, Anagrama, El Acantilado, Siruela, Gredos, Salamandra, Castalia, Trotta, Cátedra, Pre-Textos, Hiperión son sellos editoriales españoles que han, en mayor o menor medida, penetrado el mercado mexicano presentando un catálogo —usualmente— muy sólido. Pero estas editoriales contratan, traducen e imprimen sus títulos en Barcelona, Valencia o Madrid; el mercado hispanoamericano significa un universo de compradores receptivos a un canon definido en la metrópoli. Es decir, importamos y leemos un canon fijado allende el Atlántico. No creo que las consecuencias de esta realidad sean insignificantes.
Otros sellos, como Tusquets, Mondadori, Alfaguara o Planeta, que publican varios de sus títulos en México, forman parte de empresas españolas muy fuertes que han tenido la capacidad para colocar en nuestro país filiales o subsidiarias: éstas funcionan como oficinas de intereses, que reimprimen aquí los best-sellers (Saramago, Mankell, Marías, Muñoz Molina) cuya publicación se decidió en España —lo que abarata los costos pero no necesariamente los precios—, y cuando publican un autor mexicano lo distribuyen y promueven sólo en suelo mexicano. Así, no es infrecuente observar cómo a la ciudad de México llegan autores españoles con una trayectoria muy corta, a cacarear sus títulos publicados por una editorial de la península, mientras que lo contrario —que un joven autor mexicano vaya a España a promover sus primeros libros— es más que una rareza.
Cuando es mexicana, la industria editorial enfrenta graves problemas. La dificultad para exportar los títulos es uno de ellos: el amplio mercado hispanohablante no está a disposición de las editoriales mexicanas, salvo en el caso del Fondo de Cultura Económica y, en menor grado, Siglo XXI y Sexto Piso. La distribución nacional tampoco está exenta de obstáculos: la reducción en el número de librerías atenta contra la misma supervivencia de estas casas, que cuentan con una menor fuerza financiera que los sellos españoles como para cruzar una larga, muy larga temporada de vacas flacas. Como resultado, ante la falta de compradores de libros las editoriales mexicanas tienden a vivir del erario: a través de coediciones, subsidios para la traducción, compra de libros de texto o de títulos infantiles y juveniles para las bibliotecas de aula, el cliente principal de las editoriales mexicanas es el caprichoso estado mexicano.
¿De qué independencia editorial podemos hablar entonces? Es la nuestra una industria sin soberanía.
Pero pienso que este escenario puede cambiar si se comprende de una vez por todas que el fortalecimiento del mercado editorial y librero es una prioridad no sólo de un sector sino de todo el cuerpo social. Digo esto porque el que me ocupa —estoy convencido— no es un asunto estrictamente comercial cuya regulación debe dejarse en manos del mercado. Es cierto: el editor es un empresario. Pero sus productos son bienes culturales cuya resonancia en la sociedad no es inocente, mínima ni tampoco perecedera. Por esto, crear una industria editorial mexicana es una cuestión básica de soberanía cultural: hablamos de la posibilidad de crear, en cuanto comunidad, un registro y una interpretación plurales de nuestra realidad —a través de las ideas, materia medular de todo libro—, así como una relación directa y fértil con la cultura universal. El canal es el conglomerado de editoriales, cuyos catálogos, de clásicos y contemporáneos, de autores nacionales y extranjeros, condensaría este abanico múltiple de interpretaciones y relaciones intelectuales con la tradición propia y la universal. Y esos libros, al llegar a su destino ulterior en las bibliotecas, serían centrales en la formación de una cultura humanística sólida de las siguientes generaciones de lectores. Hacia ese punto se dirige la producción de los sellos editoriales. No es poca cosa.
Hoy nada de esto es posible.
La utopía del catálogo
Ahora, hablemos de las utopías.
Para un editor, el catálogo es o debe ser un dogma. ¿Qué significa crear un catálogo? Editorial Sexto Piso lo ha definido con una metáfora libresca, sin duda muy clara: «La política editorial pretende ser rigurosa, lo que nos aleja de objetivos puramente comerciales, intentando, en cambio, ir tejiendo los distintos títulos que la conforman a la manera de una novela, es decir, que cada libro publicado sea un capítulo».
¿De qué manera puede un editor mexicano tener toda la libertad para dar forma a un catálogo innegociable, para escribir título a título esa novela total que sería su catálogo? ¿Cómo evitar que las coyunturas —políticas o comerciales— lo obliguen a traicionar su postulado inicial de un catálogo definido, uno que se vuelva reconocible para un cierto tipo de lectores, casi una marca registrada para una secta fiel?
La única respuesta es: con dinero. Puede tenerse un gran conocimiento, intuición, criterio y muchas lecturas, dominio de varios idiomas, una sacrificada vocación de trabajo editorial, pero sin dinero no hay independencia posible.
Una editorial exige varios años para volverse autosustentable; algunos hablan de siete, otros de diez años. Durante ese periodo inicial, se precisa de una inversión permanente para crear un catálogo, que consiste en una nómina de long-sellers, libros que cinco, diez, quince años después de su primera edición sigan siendo vigentes, sigan siendo buscados por los lectores y exijan reimpresiones: pues son éstas las que darán al editor la solvencia económica para mantener su editorial luego de ese tiempo de comienzo.
Visto así, se comprenderá por qué el editor debe definirse como un héroe cultural: se trata de un empresario con perfil de filántropo, más atento al libro como arma intelectual que como sola mercancía.
El lector visto como posibilidad
El primer lector del catálogo de una editorial es el editor mismo.
Me explico. Un editor, para decidir la publicación de un título, debe responder al siguiente razonamiento: si encuentro este libro, publicado por otra editorial, en la mesa de novedades de una librería, ¿decido o no comprarlo en ese mismo instante? Si la respuesta es sí, hay que publicar ese libro. Si la respuesta es no, ese título no es entonces el adecuado para el catálogo.
Lo que significa crear al lector a imagen y semejanza del editor. Éste debe publicar aquellos libros que el posible comprador no espera encontrar en una librería: pero que los comprará si los encuentra. Las editoriales comerciales publican lo predecible: no arriesgan. Sin embargo, esta tendencia lleva a la uniformidad de la oferta editorial. Fuera de esas expectativas dóciles, existen otras, en ciertos lectores, que no son satisfechas por los sellos predominantes.
El editor es un aventurero. Su riesgo mayor consiste en lo siguiente: el lector de una editorial de catálogo no existe hasta que no exista ese catálogo. Lo que una editorial de este tipo vende es, antes que nada, una idea de catálogo; su prestigio es su valor principal. Difícil de construir, título a título, el prestigio se puede muy fácilmente derrumbar: una mala elección puede hacer que el lector pierda su confianza. Un caso extremo: Alfaguara publica buenos y muy malos libros. ¿Cómo estar seguros, ante una nueva publicación, en qué categoría se encuentra?
Considerado una posibilidad, el lector de una editorial de catálogo es, además, integrante de una minoría dedicada a la resistencia intelectual. Podemos quejarnos todo lo que queramos de la industria del best-seller, pero ésta existe desde siempre y existirá acaso ídemmente. Una editorial de catálogo apuesta por pocos pero fieles lectores: una secta que crecerá con el tiempo. Una elite buscadora de ideas y belleza, exigente y leal.
Medio millón de dólares para la Editorial Utopía
Llegado a este punto, paso a la verdadera finalidad: pedir medio millón de dólares para fundar una editorial. Si entre los lectores de Literal existe uno a quien le sobre ese dinero, y sin el menor compromiso acepte financiar el proyecto de una editorial de catálogo, debe creer que estaría contribuyendo a la creación de un sello canónico. Todos los detalles los tengo resueltos: publicar entre 15 y 20 títulos al año (no más), una selección de obras clásicas y de grandes autores del siglo XX —europeos, iberoamericanos, mexicanos, norteamericanos— poco conocidas, ediciones baratas en rústica, nuevas traducciones realizadas por duchos escritores mexicanos, una distribución eficiente en España y Sudamérica, y al paso de diez años: una editorial prestigiada, con un catálogo selecto y, sobre todo, autosustentable. No será una empresa boyante, no convocará a premios internacionales de novela con montos altísimos de premiación, no será utilizada como un trampolín para el poder o los reconocimientos en el medio cultural. Tengo todo resuelto en la cabeza: pero no tengo el dinero. Así, esa editorial es, como todo lo que he planteado en estas páginas, sólo una posibilidad. Con medio millón de dólares esa Editorial Utopía tendría otro nombre, y sería uno muy real.
lunes, diciembre 10, 2007
Episodio real, en Luvina

jueves, diciembre 06, 2007
La novela de conocimiento

lunes, noviembre 26, 2007
Nellie regresa

Acaba de salir de las prensas el volumen Obra reunida, de Nellie Campobello. Lo edita el Fondo de Cultura Económica y le incluye Cartucho, Las manos de Mamá, Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, sus poemas y un texto autobiográfico. Es un gusto muy grande ver publicado este libro porque Nellie Campobello es una escritora de primera fila y Cartucho una de las obras mayores de la literatura de nuestra lengua en el siglo XX.
martes, noviembre 13, 2007
Crítica de fin de año

Arturo Garmendia, La literatura mexicana y el cine
Jorge Fernández Granados, Respuesta a Julián Herbert
Eduardo Chirinos, Teoría de la visión al pie de un poema de Seferis
Carlos A. Aguilera, Para una filosofía del servilismo
Virgilio Piñera, Los siervos
Claudia Posadas, Era el invierno
Gabriel Wolfson, Blanco
Juan Antonio Masoliver, Tabarca
Ígor Severianin, Apuntes sobre Maiakovski
Marco Tulio Aguilera, La historia completa de Ranita
Sonia Hernández, Tres poemas
Geney Beltrán Félix, Quedarían atrás y lejos tantas batallas, para siempre
Idalia Morejón, Dos poemas
Matías Serra Bradford, El arte de apuntar
Alejandro Badillo, La invención del invierno
Verónica Zondek, Marina T.
Miguel Campos Ramos, El mundo no es ancho ni ajeno
José Antonio Martínez Muñoz, Tres poemas
Alejandro Lámbarry, La Bicha
Iván Humanes Bespín, Tres poemas
RESEÑAS
Gabriel Wolfson, sobre Pierre Gascar, El reino vegetal. Traducción de Diana Luz Sánchez.
Rubén Porto Hernández, sobre Domingo Rivero, Yo, a mi cuerpo y otros poemas.
Antonio Ochoa, sobre Eduardo Milán, Sobre la capacidad de dar sombra de ciertos signos como un sauce.
lunes, noviembre 12, 2007
Sobre Efrén, en Cuaderno Salmón

He aquí el sumario de este número, en el que desafortunadamente se despide su director editorial, Rafael Lemus, quien al lado de David Miklos había venido concretando uno de los proyectos editoriales más valiosos de esta nueva generación.
La imaginación
La memoria y la mano, Edmond Jabès.
Dos muertes, Gustave Flaubert.
Poemas, Julio Trujillo.
Narraturas, Antoine Volodine.
Del malestar de las virtudes, Armando González Torres.
Cantátrix sopranica L., Georges Perec.
La voz
La vida es un gran sueño fracasado.
Entrevista con E. M. Cioran, Verónica Flores.
La reflexión
Leo a Biorges, Álvaro Uribe.
Perec, el escribiente, Vivian Abenshushan.
Edmond Jabès, una escritura inclasificable, Esther Seligson.
Donde la Nada se honra, Gabriel Bernal Granados.
Ortega y Gasset en Argentina: La colonia exasperante, Peter G. Earle.
La escritura como inoculación. La paranoia en William Burroughs, Mayra Luna.
Libros
Geney Beltrán Félix: Obras completas, I, de Efrén Hernández.
Guillermo Núñez Jáuregui: El ombligo del dragón, de Ximena Sánchez Echenique.
David Miklos: Finalmusik, de Justo Navarro.
Ricardo Pohlenz: Ravel, de Jean Echenoz.
Julián Etienne: Reading Writing, de Julien Gracq.
La rebaba
Viñetas de algunos editores franceses, Philippe Ollé-Laprune.
Musofobia, Jorge Harmodio.
Discurso y silencio del teléfono, Brenda Lozano.
Insectos adultos modernos, Óscar Benassini.
Despedida, Rafael Lemus.
Salmonela, La dirección.
La hueva del salmón: Manifiesto de los anónimos.
Ilustraciones: Minorities, de Iñaki Bonillas.
jueves, noviembre 01, 2007
Sobre Elizondo, el Grafógrafo

sábado, octubre 20, 2007
Blogs y literatura

Hoy en día un blog literario, bien administrado, puede conferir una identidad literaria en poco tiempo. Entre la egolatría y la propaganda, la confesión autobiográfica y la exposición de filias y fobias, un blog puede darle una personalidad identificable a su autor, lo que con el tiempo, cuando lleguen los libros publicados, se convertirá acaso en una extensión de la oficina de mercadotecnia. Esto no necesariamente está mal. Lejos de mí la tentación de pontificar puristamente. Incluso me causan una cierta ternura aquellos que descalifican los blogs como promiscuos receptáculos de todo lo malo, lo frívolo y lo perecedero. Una vez escuché a alguien decir que él no leía blogs porque confiaba en los mecanismos de la tradición para saber qué valdría la pena leer y qué no. Los blogs, bajo su óptica, no se contaban entre ellos. Sin embargo, me temo que él confiaba más en los mecanismos de la barcelonesa editorial Anagrama que en los de la uy, tan cacareada tradición.
Porque se olvida que leemos los blogs literarios no como leemos a La Rochefoucauld, a Marco Aurelio o a Ribeyro: los leemos como estrictos coetáneos, a muchos de los autores blogueros los conocemos incluso aunque sea sólo por el mail. La cómplice indulgencia no se finca en una flexibilidad poco provechosa del criterio exigente de lector curtido por la tradición, sino en la ventaja de contar con numerosos corresponsales de la misma época. Es decir: los blogs de hoy, y la comunicación epistolar que se produce a través de los comments o los mails, tienen la misma función que tuvieron los epistolarios de los escritores de antes, quienes necesitaban y buscaban ese diálogo fructífero con sus pares literarios. Así, aclaremos: el blog no es La Obra: es un lugar de diálogo. Y no hay un blog: son en su conjunto una comunidad de intercambios intelectuales (y de otro tipo, claro).
Por esta razón creo que los blogs literarios, aunque deben tener calidad de escritura —y la tienen aquellos que leemos con asiduidad—, nos interesan menos como expresión literaria que como registros y apuntes de las experiencias, gustos, ideas y deseos de los demás escritores con quienes compartimos la época. En los blogs, así, podemos aprender no de asuntos literarios sino de maneras de sobrevivir a nuestra pasión por la literatura. En este sentido, los blogs no son tampoco borradores en sentido estricto: son textos paralelos a la creación de libros. Son literatura, sí, pero leída con el morbo —esa mezcla de envidia y sano interés— con que siempre se lee a los contemporáneos, tan necesarios y difíciles.
viernes, octubre 12, 2007
martes, octubre 09, 2007
Dos blogs del noroeste
sábado, agosto 18, 2007
Ge en Laberinto, feliz feliz
lunes, agosto 13, 2007
Miscelánea
*
Ahora que regresé de Culiacán (hace rato, de hecho, que regresé de Culiacán: unos 20 días), traje bastante machaca, chilorio y chorizo súper. Ah, y un queso ranchero de El Carrizalejo. Y me he dedicado a cocinar. Una receta que cada vez me queda mejor es el choriqueso con papas. Anoche lo preparé de nuevo y, sí, la diferencia la hace el queso, que cada vez está más bueno, ya no tan fresco.
*
"Eres aglutinante", me dijo mi tarotista personal hace poco. No, digamos, me sentí como el alemán o el náhuatl. Pero se refería a que tiendo a reunir gente dispar. Y he ahí una definición del editor: aglutinar hospitalariamente las voces de los demás, a veces enfrentadas. Esto respondería a la crítica de Letras Libres, en pluma de Noé Cárdenas, a la compilación El hacha puesta en la raíz, que con Verónica Murguía publiqué en Tierra Adentro el año pasado. Por cierto, esta reseña de junio no la comenté en este noblogcito porque se publicó, muy adhocmente, cuando me estaba separando y mudando. Uf, tiempos difíciles. Hoy, más tranquilo. Vivo por un rumbo que me gusta mucho, estoy cocinando seguido, leo y escribo a raudales (no tanto, alas!, como quisiera) y... en fin, me irá mejor aún, espero.
miércoles, agosto 08, 2007
Número 5 de Cuaderno Salmón

La imaginación:
La voz:
La reflexión:
Libros:
La rebaba:
Ilustraciones de Demián Flores.
lunes, agosto 06, 2007
Sobre Prieto
jueves, julio 05, 2007
La doble raíz / Grazia Shapkareva

miércoles, mayo 30, 2007
Martínez Rivas

A través de los siglos se saludan y oímos
encenderse sus voces como gallos remotos
que desde el fondo de la noche se llaman y responden.
y hollaron con sus pies esta tierra. Que supieron tocar algún instrumento.
Que sintieron sobre sus cabezas el aire del mar
y contemplaron las colinas. Que amaron a una muchacha
y a este amor se aferraron al extremo de olvidarse de ellas.
Que todo esto lo escribían hasta muy tarde, corrigiéndolo mucho,
pero un día murieron. Y ya sus voces se encienden en la noche.
Carlos Martínez Rivas, «Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos», en La insurrección solitaria
lunes, mayo 07, 2007
Sobre Nellie

Me cuenta su sobrino Carlos: veinte años después de su muerte, una Nellie invisible vuelve del Más Allá y hace perdidizos expedientes, reúne a personas distantes merced a un azar sospechoso, se obstina en que el número 7 presida siempre las cosas que la atañen —números de oficios, de contratos, de teléfono— y trabaja, paso a paso, contra el olvido que sufre y la brutalidad que la llevó a la muerte.
Nacida en la norteña Villa Ocampo, en Durango, en al parecer 1900, Nellie murió en circunstancias espantosas hacia agosto de 1986. Conocidos suyos se aprovecharon de su confianza y la secuestraron. Para entonces, muchos de sus amigos y parientes habían muerto. Era una figura destacada de la danza mexicana; además, poseía una muy rica colección de arte mexicano. Las versiones señalan que sus captores la mantuvieron alcoholizada y drogada, que la hicieron sufrir de hambre y violencias para que firmara documentos con los cuales entregaba sus bienes. Su muerte no vino a ser conocida y confirmada sino hasta 1999. Aún no se ha castigado a sus secuestradores y asesinos: tampoco han logrado recuperarse sus propiedades.
Pero veinte años después de su muerte, Nellie regresa, también, a la literatura. En 2007 el Fondo de Cultura Económica publica su Obra reunida: Cartucho, su libro mayor (1931), Las manos de Mamá (1937), los Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa (1940), sus poemas y el ensayo autobiográfico que sirvió de prólogo a la edición de Mis libros, de 1960.
Nellie regresa a las letras mexicanas, pero habría que decir, en honor a la exactitud, que escasamente ha estado antes. Nellie es un fantasma en nuestra literatura. Se le ha leído poco debido a que sus apariciones han sido infrecuentes: apenas se le ha publicado. Cartucho, por ejemplo, ha conocido sólo seis ediciones en 75 años. Tan es así que la recopilación canónica de la cultura nacional del siglo XX, Lecturas Mexicanas, no lo incluye —y da pena decirlo— en ninguna de sus cuatro series. Tampoco figura en la nómina de clásicos hispanoamericanos de la colección Archivos.
Ella misma, acaso, contribuyó a su presencia mínima: cedió el terreno muy pronto. Y lo digo porque, si bien hay testimonios de una continuada escritura, ante la recepción pobre de sus dos tomos de narrativa Nellie —luego de la reunión de su obra en Mis libros— ya nunca publicó otro título. No insistió más: y el prólogo a ese volumen de 1960 constituiría no sólo una recapitulación de su escritura sino también, asumo, la última llamada a la crítica y los lectores. Una llamada, no obstante, que se quedó sin respuesta.
Aunque, con todo, demos lugar a un matiz: hubo ciertas voces —digamos: Martín Luis Guzmán, Ermilo Abreu Gómez, Antonio Castro Leal, Emmanuel Carballo— que aplaudieron la dignidad de sus textos, pero esos dictámenes no lograron contravenir finalmente el ayuno editorial.
Ahora, se supone que los buenos libros se defienden solos. ¿Qué sucedió en este caso? ¿Por qué no ingresó la obra de Nellie Campobello al canon reconocido de nuestra literatura? Fernando Tola de Habich habla de ninguneo. Especulo, preciso: a la misoginia —lugar común en la conducta de los escritores— se habría aliado el desinterés del crítico a siquiera hojear la obra de una bailarina célebre que hacía sus pininos, previsiblemente fallidos, en el terreno de las letras, pues el sólo-escritor tiende a desconfiar de la múltiple ambición de un artista del Renacimiento. Quizá, también, el hecho de haber publicado tan poco y luego nada: al abdicar a la constancia en los estantes de las librerías con nuevos títulos, la misma Nellie pudo haber colaborado a que el crítico o el estudioso, sin leerlos, catalogase Cartucho y Las manos de Mamá como pecados de juventud a los que se habrá de compadecer con el olvido.
Pero el tiempo pasa: nuevas generaciones, otras circunstancias exigen periódicamente una redefinición del canon. Y hoy, de mayor pertinencia que discernir por qué la obra de Nellie no interesó en su momento (situación, entiendo, ya no corregible), es volver a sus páginas y examinar la validez de su lectura en los inicios negros de este milenio. ¿Cuál es el lugar de Nellie y, sobre todo, de Cartucho, su obra principal, en la literatura mexicana?
sábado, mayo 05, 2007
Sobre Steiner / Tijuana

martes, abril 24, 2007
Voto a favor
Así, el director de un Estado declaradamente misógino (en el Vaticano las mujeres no tienen las mismas oportunidades laborales ni derechos políticos que los hombres) se siente con la autoridad para decirnos qué hacer o qué no hacer, si se da o no se da a las mujeres el derecho a decidir sobre su cuerpo y su vida. Lástima Herr Ratzinger. Los tiempos han cambiado.
En días como éste sí da orgullo vivir en la ciudad más progresista del país.
sábado, abril 21, 2007
Becas, coreanos y encuestas

Yo insto a los escritores del norte a participar. No tengo nada contra los escritores chilangos (yo casi lo soy ya, o en todo caso soy culichilango, sinalodefeño, provincapitalino, lo cual no me incomoda en nada: “no soy del tipo nostálgico que chilla”). Pero sugiero a los muchachos del norte pedir la beca: la experiencia vale mucho la pena. No, de veras. Es como tener un estudio pero sin pagar renta: más bien, te pagan para escribas. Y no un discurso para Elba Esther, ni el guión de una telenovela con Anahí: tu libro. Y no, el D.F. no es más ni menos abominable que nuestras ciudades: véanme a mí, era un mocoso ñengo de 17 por quien nadie apostaba que sobreviviría a la chilangada y ya llevo 13 años en esta bonita ciudad. El esmog me ha vuelto un poco lerdo, sí, pero nada grave: mi primer librín de narrativa saldrá en agosto. Además, ya he visto que hay dos tipos de norteños-afincados-en-el-DF: los apocalípticos y los integrados. La diferencia consiste en que los segundos aceptan probar los mixiotes, las quesadillas de huitlacoche y los chinicuiles, además de que no se colapsan ni hacen caras si los llevan a pasear a la Facultad de Filosofía de la UNAM. Los apocalípticos se la quieren vivir en malls comiendo hamburguesas. Además, no toleran el olor a mariguana en los pasillos de la Facultad, ni a sobaco sudado en el metro, y envían a la Asamblea Legislativa una iniciativa de ley que obligue a todos los ciudadanos al baño diario (pies y genitales incluidos), so pena de verse negado el ingreso al metrobús, los microbuses, el metro, la Fundación y la Facultad.
Pero regreso al tema de las becas. Yo había pensado en poner una consultoría para solicitantes rechazados varios veces (tengo experiencia en eso). Pero sería desleal, ¿no?
O la verdad no sé. Hay muchas más cosas que no sé últimamente. ¿Qué está pasando en este mundo? Un coreano mata 30 gringos y la gente se horroriza. ¡Pero si son sólo 30!, yo digo. ¡Quedan 250 millones todavía! Mientras, Bush mata iraquíes como si fueran moscas, y los gringos no entienden luego por qué los odiamos. Claro, los mismos iraquíes se encargan de matarse entre sí. Y acá, siguen las balaceras entre narcos. ¡Hasta Nexos saca su encuesta! Yo habría propuesto, ya hablando seriamente, hacer la encuesta siguiente: las mejores novelas mexicanas publicadas después de Pedro Páramo. Y que estén a la altura de. Y un requisito: que se hayan reeditado mínimo en los últimos cinco años. Para que no me vengan con sus ocurrencias de novelas que nadie conoce, que publicó Joaquín Mortiz a finales de los 70, cuando don Joaquín Padre ya estaba chocheando y sacaba cada cosa. Así no habría en la lista novelas de la autoría, muy probablemente, de su propio votante. Porque no entiendo que 79 novelas hayan sido votadas. ¡79 grandes novelas en 30 años! ¡Atención, editoriales prestigiadas de Europa, ya despierten! ¿Cómo no se han fijado en tantos tesoros escondidos, tantos secretos mejor guardados de nuestra literaturita mexicanita?
Reitero: no entiendo nada. Demasiada frivolidad y tontera. Y lo peor es que me había propuesto no hablar en este blog de los temas de moda: el coreanito resentido de Virginia y la encuesta de Nexos. ¡Qué débil es la carne!
jueves, abril 19, 2007
Elizondo
Salvador Elizondo, Camera lucida
jueves, abril 12, 2007
Derrame de bilis
Este razonamiento misógino de Calderón es similar al de uno de los anuncios que esa organización antiabortista, denmechance.org, ha desplegado en las calles de la ciudad: “Si para el violador no hay pena de muerte, ¿por qué para su hijo sí?”
Es decir: aquí la mujer no importa. Tanto la caricatura nefasta de Calderón como el anuncio ése que menciono consideran que la mujer es un receptáculo de semen cuya función es parir niños. La mujer vale madres, literalmente. Estos mochos cagados y doblemoralinos defienden el derecho de un óvulo fecundado a llegar a ser humano por encima del derecho de un ser humano ya formado y consciente a decidir sobre su propio cuerpo. Se fijan sólo en el hijo, independientemente de las circunstancias en que haya sido engendrado y, peor aún, en las que vivirá. La mujer, según ellos, no es sino un útero.
La derecha, entonces, dice defender la existencia de un óvulo fecundado; pero esa misma derecha se desentiende del niño apenas nace: no hay un buen sistema de educación pública, no hay seguridad en las calles y a veces ni en los hogares, no hay servicios médicos de calidad, no hay oportunidades dignas de empleo ni de vivienda, no hay... no hay nada. Óvulos fecundados, dice la derecha, ésos sí son importantes. Y los niños sólo importarán si, años después, aceptan salarios miserables y pagan los impuestos que no pagan los multimillonarios y sus empresas fraudulentas.
Este manoseo ya me está hartando, porque lo que se debate es despenalizar el aborto en las 12 primeras semanas de gestación, de acuerdo a la decisión de la mujer sin tener que alegar porqués. El aborto ya es legal por violación y por razones de salud. Y a nadie se le obliga a abortar. ¿Entonces? ¿Cuál es la necedad de la derecha? Decir pendejadas, por lo visto. Son muy duchos en eso. Pero si ahí se quedaran, no habría bronca. Porque el problema, lo sabemos, va más allá: no sólo las dicen. Y saben muy bien que sólo con un golpe de Estado a la pinochet podrán imponer medidas regresivas a las leyes liberales que ya son válidas en la ciudad de México, urbe, con todo, progresista y de libertades.
La Rochefoucauld y Mijail en TextoS

miércoles, abril 11, 2007
Ensayo virulento en la Luvina de esta primavera

miércoles, marzo 28, 2007
Marcha
Pueden comprenderse, mas no compartirse ni justificarse, las expresiones dogmáticas de la iglesia y la derecha: pero mientras el presidente de la república y el cardenal primado de México no tengan un útero, sería adecuado que escucharan las voces de quienes sí lo tienen, y de que prestaran atención a las cifras que hablan de miles de mujeres pobres que mueren o sufren daños irreparables en su salud debido a un aborto practicado en condiciones insalubles por gentes sin escrúpulos.
Por esta razón, estoy a favor de la despenalización del aborto.
Habrá una marcha para apoyar la Iniciativa de Ley de Aborto en el Distrito Federal. La cita es el próximo jueves 29 de marzo, a las 16:00 hrs., el recorrido será del Hemiciclo a Juárez a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
lunes, marzo 26, 2007
Editores y utopías
Soy un apasionado de los temas editoriales. La otra vez ni caso le hice a una deliciosa arrachera en El Asado Argentino, aquí en la colonia Juárez, por perorar vehementemente sobre editoriales, catálogos, títulos, autores, etcétera. Cuando el mesero me retiró el plato me di cuenta de que apenas si había comido, los demás ya iban en el café y yo tenía la garganta seca de tanto hablar y hablar. El problema: me hundo en utopías. Mi utopía es una editorial de catálogo.
lunes, marzo 19, 2007
Dibújame una vaca

viernes, marzo 16, 2007
sábado, marzo 10, 2007
Entrada 228
Escribe de lo que le consta y le exige brutalmente ser escrito. Y se vuelve fiel ya para siempre a esa intuición o necesidad.
Eso hice y eso aprendí en mis años de oficinista.
jueves, marzo 08, 2007
elgeney en Blanco Móvil

lunes, febrero 26, 2007
En Ancorajes
Alfonso Reyes, "Fragmentos de un arte poética"
Lo escuché en un sueño
miércoles, febrero 14, 2007
Propuesta de poeta peruano
Emilio Adolfo Westphalen, "Poetas en la Lima de los años treinta", 1974.
lunes, febrero 12, 2007
Cuán definitivos

Luis Cardoza y Aragón, Guatemala, las líneas de su mano
viernes, febrero 09, 2007
Las modifica
Gottfried Benn, Aforismos. Versión de José Manuel Recillas.
viernes, febrero 02, 2007
Dos en febrero

martes, enero 30, 2007
Vivimos con aquellas minas de Trapalanda en el alma...
Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la pampa
El trabajo de los esclavos
Georges Bataille, Les Larmes d'Éros
Yo creo en la misión del escritor...
Edmond Jabès, Le Livre des questions
Dos líneas de poeta norteño
que estar cosido a un cuerpo que se ama.
Julián Herbert, Kubla Khan
(Tema ya tratado por Steiner)
Claudio Magris, Utopia e disincanto
miércoles, enero 24, 2007
Dos textos en el cambio de año


Y en el número 119 (enero-febrero de 2007) de la bella revista Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla, aparece un texto de narrativa, «Antes de conocer a María», que, no sólo por ser mío, me gusta mucho. La revista, ustedes la conocen, es excelente y está muy cuidada y muy bien editada por Julio Eutiquio Sarabia y Armando Pinto.
sábado, enero 20, 2007
Quiero decirlo aquí
porque me dejas solo cuando me acosan los cuernos de caza
porque tiendes aduanas para cada uno de mis pasos
porque mellas el filo a mis cuchillos
y vuelcas en el jardín el petróleo de mi lámpara
Porque me humillo ante mi dios de ateo
y rezo por ti en la soledad de mi merienda
porque hay un templo y clamo por la resurrección
porque te encuentro bajo todas las piedras del desvelo
y tu parte de sábana es la parte oscura de la luna
Porque no falta quien escupa mi mano de huérfano
porque al fin de cuentas nada de esto te importa
y me falta el aire para gritarme «¡Basta ya!»
quise decirlo aquí
Guillermo Fernández, «Quiero decirlo aquí», en La hora y el sitio, en Exutorio. Poesía reunida, 1964-2003.
jueves, diciembre 07, 2006
Job, páginas 17 y18
Terminé de mecánico en un taller de barrio,
obrero montador en el Berlín amargo,
propietario de taxis que transitan el sueño.
Viejo, lleno de días, humillado en el blanco
de los ojos de Dios.
Mis carnes son la esquina de un daguerrotipo,
mi corazón es una fecha oscura,
mi afán es el salmón puesto a las brasas
junto a las márgenes del río que remontaba.
Caído en mí, distante,
hecho de campos de verdura
y ojos como canarios.
No he sido yo más mío que este plato de sopa.
Cada noche derribo, como un licor amargo,
las letras de mi nombre.
Cada mañana vuelve el Señor a edificarlas.
Tal es nuestro secreto. La mutua cicatriz.
Viejo, lleno de días,
me vuelve sabio el modo
en que voy pareciéndome a las piedras.
Y así como las chispas de un motor
se dan al aire,
así yo me abandono a la aflicción.
Julián Herbert, La resistencia
miércoles, diciembre 06, 2006
Sobre Rossi
