Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
miércoles, noviembre 09, 2005
La memoria según De Quincey
Thomas de Quincey, Suspiria de Profundis
sábado, octubre 15, 2005
Steiner sobre Flaubert y la moral de la obra literaria
George Steiner, «Eros and Idiom», en On Difficulty and Other Essays
martes, octubre 04, 2005
Y por eso al leer salen deseos de escribir
George Steiner, «Text and context», en On difficulty and other essays
jueves, septiembre 29, 2005
Dejar el blog
Lo fragmentario, lo anécdotico, la fugacidad, la interacción con los internautas, la manía de ir por la calle pensando en términos de «Voy a postear algo sobre tal cosa», la autoedición, el acecho intrigante del lector universal que fortuitamente llegará y puede adentrarse en nuestro blog sin la necesidad de pagar cien o doscientos como sucede en el caso de un libro — todos estos elementos (y otros) del bloguear propician un cambio fundamental en nuestro ejercicio y nuestro acercamiento frente a cualquier otra manifestación de la escritura: los textos narrativos de largo aliento, el diario privado, el ensayo, etcétera.
¿Qué cambio es ése? La Obra no existe. Es siempre un proceso, está en mutación constante y cualquier certidumbre respecto de su totalidad es falsa, se halla sustentada en una noción antigua —válida, fundacional, sí, pero en el fondo inexacta— de la escritura. Cuando mucho, podemos hablar de una sola Obra, un Libro para el Resto de la Vida, el Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio, el diario de Pavese que terminaría el día mismo de su muerte, El Libro de posibilidades mallarmeanas, el registro cotidiano e interminable de la reflexión y la peripecia, la incestuosa fertilidad del fragmento, la libertad y lo fugaz.
No, no hay Obra posible. Hay esbozos, hay aproximaciones, hay, sí, libros en minúscula, importantes, claro, unidades posibles en sí mismas, mundos válidos y siempre latentes, muestras vivas de la intersección entre lugar y tiempo en una mente humana, pero siempre incompletos, jamás realizaciones cabales y absolutas de este desasosegante ejercicio que es la escritura, siempre un hacerse a sí misma y nunca un contemplarse ya hecha frente al espejo de la finitud.
miércoles, septiembre 14, 2005
Primero de julio de 1947
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
27 de junio de 1946
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
martes, septiembre 13, 2005
La discusión del sábado
Conocí a Juan Almela, he ido a su casa dos veces a tratar con él asuntos de mi trabajo. Un escritor que exige de sus lectores una definición estética absoluta, un hombre de 70, 71 años enfermo y cansado, una persona afable y generosa con su conocimiento, condescendiente con la ignorancia de quienes se acercan a él porque no les queda otra, alguien que ha dejado una de las obras literarias más radicales y exasperantes de Hispanoamérica: pues bien, nada lo salva. Ni de la enfermedad, ni de la probable-cercana muerte, ni de la ironía aplicada a sí mismo con una modestia que a ratos, de parecer tan falsa, no puede sino llamarse, sencillamente, resignación.
Porque sí, amigo: de nada sirve escribir, la escritura en nada salva del espectáculo íntimo de nuestra mínima, corrupta, escasa dignidad, en nada salva de la dolida chingadera que significa respirar en esos lúcidos instantes en que no están adormecidos los nervios vitales.
Y sin embargo escribo, escribes.
Sin importar, claro, que a todos nos va a llevar la mierda cualquier día.
martes, septiembre 06, 2005
Literatura y destrucción
Imre Kertész, Yo, otro
jueves, agosto 25, 2005
Personaje de Svevo
Italo Svevo, «Il vecchione»
martes, agosto 23, 2005
Macedonio Fernández o la escritura contra el miedo
Uno de los aspectos más intrigantes en la figura del argentino Macedonio Fernández (1874-1952) consiste en lo que se podría llamar su condición de escritor renegado, antiescritor o escritor contra sí mismo. La suya es una situación paradójica: legó una obra valiosa, compleja y polifacética a pesar de su nulo interés, en vida, por construirse un nombre dentro del canon literario nacional o hispánico –y ya no digamos universal–. A diferencia de su discípulo Jorge Luis Borges o de Octavio Paz, que llegaron a hacer de su nombre casi casi una marca registrada, Macedonio Fernández fue muy descuidado, por decirlo con un eufemismo, en lo que concierne a la publicación y difusión de su obra.
La desidia editorial de Macedonio provoca el extrañamiento debido a que llega a parecer una irresponsabilidad de parte suya. Digamos: un escritor con la originalidad, tajante claridad e independencia de sus ideas filosóficas y estéticas, con su humor ilógico y sorprendente, su obsesión por el género de la novela y sus profusos 78 años de existencia, podría haber puesto un mayor empeño en domeñar su a ratos afásico estilo y, sobre todo, en promover y vigilar la publicación de sus textos. ¿Qué necesidad había de que el mundo esperase a 1967, 15 años después de su muerte, para conocer la primera edición de Museo de la novela de la Eterna, su obra mayor, la summa de sus inquietudes intelectuales, búsquedas estéticas y temas reiterados? ¿Qué habría pasado si su hijo, Adolfo de Obieta, se hubiese negado a hacerla de Max Brod porteño?
Sabemos que la indiferencia y el escaso reconocimiento amargaron los años de madurez de, por ejemplo, Felisberto Hernández y Luis Cernuda. El prólogo del Persiles revela a un Cervantes no del todo conforme con la imagen de escritor segundón que de sí tenía su época, él que sabía lo que había escrito. Herman Melville e Italo Svevo dejaron el oficio, el uno para siempre y el otro por muchos años, debido al rechazo de los lectores de su tiempo. En el personaje Karmazinov de Los demonios, Dostoievski hace una parodia despiadada de Ivan Turguénev, a quien envidiaba, entre otras muchas cosas, por su éxito de lectores. Incluso Thomas Mann, escritor de precoz fama, llegó a reflexionar en un momento sobre las diferencias que existían entre las obras de los autores que obtienen y en las de los que no obtienen el reconocimiento a lo largo de su vida. Se trata, pues, de un aspecto de no escasa importancia.
En el caso de nuestro raro escritor argentino, como señala Enrique Flores en la primera página de su libro Los tigres del miedo, «esa aparente indiferencia... pesó, sin duda, en el destino ulterior de su obra». Aunque también es cierto otra cosa: los ejemplos de Franz Kafka y Fernando Pessoa, contemporáneos de Macedonio Fernández, enseñan que las obras literarias fundamentales más temprano que tarde llegan a ocupar su sitio canónico en el panorama de la cultura universal, por encima del desinterés de su autor por entregar sus textos en la mejor condición a los lectores probables. Aun así, hemos de aceptar que en el devenir póstumo de los escritos de Macedonio ha imperado una justicia paradójica: su obra ha recibido los elogios y los estudios que, dada la complejidad diríase aristocrática –si no es que autista– de su obra, podrían esperarse. No es un Borges, pues, no es un autor –ni lo será nunca, me aventuro a decirlo sin gran riesgo– central en el canon. Pero su obra presenta elementos de interés y actualidad para la reflexión y la creación literaria. Se trata de un «escritor para escritores»... y gente de esa ralea. Entre ellos, ensayistas de la lucidez y rigor de Enrique Flores.
lunes, agosto 22, 2005
Sobre El biógrafo de su lector
Ayer domingo se publicó en La Jornada Semanal un dossier titulado «Macedonio Fernández contra sí mismo». Uno de los textos es el siguiente, de Miguel Ángel Quemain sobre mi libro El biógrafo de su lector. Lo incluyo aquí, apelando a tu indulgencia, porque he aprendido pronto que todo blog que se respete debe cumplir su papel de egoteca personal. ¡Qué decadencia, pardiez!
Miguel Ángel Quemain
Como en toda buena novela, sea la primera o la última, la ficción crítica de Geney Beltrán Félix (El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003) arranca con una advertencia que en pocas palabras condensa y promete el desarrollo de una obra cargada con múltiples registros literarios: estamos frente a un escritor anómalo, secreto, un escritor para escritores, cuyas curiosidades, inclinaciones, perseverancias y variaciones lo colocan como un caso "interesante y contradictorio de la literatura hispanoamericana del siglo XX".
Geney afirma que Macedonio Fernández es un escritor para escritores, es decir, un autor que, queriéndolo o no, es un centinela de la tradición, un transgresor de la tradición, un continuador de la tradición, y es precisamente en ese punto que se torna fascinante la aproximación de Geney, porque la Guía... no sólo orienta al interesado lector, al posible lector, al imposible lector único, sino que también es un mapa en el que se encuentra muy sutilmente trazada la ruta del pensamiento crítico que da origen al libro.
Hay una preocupación constante en el libro: la actualidad y vigencia del pensamiento literario, las indagaciones y la literatura de Macedonio Fernández. Geney afirma:
En cuanto a la actualidad de sus ideas, se puede aseverar que el aspecto más importante de su obra, el cuestionamiento permanente del texto que se vuelve sobre su propia escritura, se halla presente en la novelística posterior a Macedonio de manera innegable: la obstinada conflictividad de los narradores argentinos de la segunda mitad del siglo XX con el género de la novela constituye por sí sola una prueba convincente y provocativa.
Geney lee con claridad que la reflexión macedoniana es una forma de abolir el realismo imperante en su tiempo, y también en el nuestro, ya que "toda copia realista es inexacta o fallida, debido a que la vida posee ya por sí sola una variada riqueza de asuntos que el arte –cualquier arte– jamás lograría igualar".
Cito al autor del ensayo, en líneas que hablan de la novela realista: "su pretendida verosimilitud le hace creer [al lector] que está presenciando la Vida y no una ficción. A este tipo de novela el autor [Macedonio] la llama ‘novela mala’, pues ante ella el lector no necesita hacer ningún esfuerzo intelectual importante y, por lo mismo, no se involucra en la hechura del texto, el cual sólo propicia una identificación sentimental con la historia que relata". Me parece fundamental esta caracterización de la novela realista pues le permitirá al autor cumplir con uno de los propósitos del ensayo, que consiste en mostrarnos la biografía del lector que la lectura de Museo de la novela de la Eterna construye cada vez que es leída y mostrar los procedimientos a través de los cuales la Tradición es asimilada y modificada por un autor de la envergadura de Macedonio Fernández.
Geney no escatima el recuento de los recursos provenientes de la tradición para examinar esta novela y mostrar cómo se afirma una literatura a partir de la negación del realismo novelístico: "la técnica del personaje prestado, la técnica de personajes leyentes, el efecto conciencial en el ‘lector’, el comienzo impedido, el final abierto, la anulación de la verosimilitud ‘alucinatoria’, etcétera". Pero todos estos recursos, como bien acota el ensayista, "ya pueden encontrarse en Cervantes, Sterne, Diderot, Machado de Assis, incluso Unamuno... ¿dónde se halla, entonces la innovación radical de Museo...?" Y Geney responde: "fuera del texto", en el lector, "sin la participación activa, despierta, cooperativa del lector, Museo... no adquiere el menor sentido. El papel central del lector-personaje para seducir la complicidad del lector convierte a Museo... en una ‘biografía del lector’, en la obra en que el lector será por fin leído", y cita a Fernández que escribe:
reconóceme que esta novela por la multitud de sus inconclusiones es la que ha creído más en tu fantasía, en tu capacidad y necesidad de completar y sustituir finales. Exceptuando yo, ningún novelista existió que creyera en tu fantasía. La novela completa, que es la más fácil, la única usada en el pasado, aquella toda del autor, nos tuvo a todos como infantes de darles de comer en la boca. De esta omisión irritante y de pésimo gusto, tomáos libre resarcimiento en la mía.
Es preciso señalar este aporte porque en este cumplimiento se sostiene un aspecto fundamental del libro que consiste en la distinción entre tradición y novedad, continuidad y originalidad.
Por otra parte, hay por momentos un mimetismo de la prosa de Geney Beltrán con la de Macedonio Fernández, una voluntad de apegarse a su sintaxis, a un orden donde las preposiciones, los conectivos, los artículos han sido alterados sin que el significado de las oraciones cambie, pero sí su sentido hacia un viraje poético, altamente sintético. Leo este ejercicio y esta mimesis como una devoción profunda de Geney a su "objeto" de estudio, si es que podemos llamar "objeto" a la literatura de Macedonio Fernández que de tan viva late todavía, como un corazón fresco en las manos del lector del siglo XXI. También lo leo como un enamoramiento de esa prosa que ha sido descifrada y que se convierte en cuerpo, en el cuerpo que anima la mano de Geney que parece escuchar una especie de dictado que procede de "un ponerse en el lugar del otro", como si por momentos fuera el amanuense de un Macedonio que acepta seducido el desafío de reordenar la génesis de su pensamiento literario.
Si refiero estos detalles que me llaman tanto la atención es porque en muchos momentos me da la impresión de que la lectura de Geney sobre Macedonio es un lúdico pretexto para llamar la atención sobre las sombras y peligros que acechan el quehacer literario de hoy tan contaminado por la grandilocuencia, los falsos valores y autores hiperinflados por el comercio y la mercadotecnia editorial.
jueves, agosto 11, 2005
De Perorata del apestado
Gesualdo Bufalino, Diceria dell’untore
viernes, agosto 05, 2005
Y este siglo también
Semblent écrits d’avance...
Verlaine, Sagesse, XIII
viernes, julio 29, 2005
De cómo el arte cambia el mundo
Gabriel Zaid, «La ambición de una poesía total», en La poesía en la práctica
miércoles, julio 27, 2005
Cuando Bird quiere matar a su hijo recién nacido
Kenzaburo Oé, Una cuestión personal
martes, julio 26, 2005
Otro choque
viernes, julio 22, 2005
Habla Samdeviátov
Borís Pasternak, El doctor Zhivago
miércoles, julio 20, 2005
Del mejor novelista vivo
J.M Coetzee, Age of Iron
martes, julio 19, 2005
Manifiesto del escritor novato
martes, julio 12, 2005
El racismo mexicano
Por otro lado, me temo que esta reivindicación nacionalista de Memín habla muy poco bien de los mexicanos. La historieta de Memín Pinguín es tan nociva como las telenovelas: anulan la crítica al presentar los problemas sociales en una textura melodramática, clasista y autocomplaciente. Decir que nosotros sí entendemos la historieta de Yolanda Vargas Dulché y que los estadounidenses hacen un juicio apresurado e ignorante, nos lleva de nuevo a esa pretensión absurda de: «los mexicanos somos tan especiales que sólo nosotros nos entendemos a nosotros mismos. Lo que a los demás les parece racismo, nosotros lo vemos como una muestra muy mexicana de la cultura popular, ¡yepa yepa yepa! ¡Hay que defender a Memín de la intolerancia políticamente correcta de los gringos racistas! Se necesita haber leído a Memín de niño para apreciar sus bondades; si no, ni nos critiquen...» ¡Bah!, ¡pamplinas!
Además, el argumento de que «los gringos son racistas, entonces no pueden criticarnos a nosotros», es tan falaz como el precepto evangélico de que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. El racismo lo es en cualquier parte. O aquello de que Yolanda Vargas Dulché, la autora de la historieta, se inspiró en su querida nana negra para el personaje de doña Eufrosina, y de que ella en realidad no era racista, no revelan sino, de nueva cuenta, esa autocomplacencia permisiva hacia una visión conservadora y clasista de la realidad: hay que recordar en todo caso que las intenciones de los escritores son menos importantes que los efectos de sus textos en la sociedad.
Los negros estadounidenses han desarrollado una lucha por la igualdad de derechos como ningún grupo de entre los muchos discriminados en México ha emprendido. A fin de cuentas, el problema es que México nunca se ha planteado la cuestión racial: es decir, una muestra más del racismo no aceptado de la sociedad mexicana está en la alabanza de "nuestros antepasados", los habitantes originales de Mesoamérica, y en las supuestas bondades del mestizaje, tendencias ambas que buscan, sencillamente, esconder nuestra basurita racista bajo la alfombra de la exaltación de una particularidad mexicana, valiosa porque es mexicana, y ¡los demás se callan y nos respetan, carajo!
lunes, julio 04, 2005
Contra Memín
El hecho de que Memín Pinguín haya tenido tanto éxito durante las décadas pasadas no es justificación de nada. La cultura no es inocente, y la corrección política de aplaudir las tradiciones populares no puede olvidar que esas tradiciones populares, en la mayoría de los casos, revelan y festejan patrones sociales (de discriminación contra las minorías) inaceptables para nuestra época.
jueves, junio 30, 2005
Magno Magris, ensayista
Claudio Magris, Danubio
martes, junio 28, 2005
Contra las tesis
¿A poco no es lamentable que las tesis se hayan ganado la imposición de estas fronteras vergonzantes? Es cierto que nadie se pondría a decir que las tesis son un género literario: lamentablemente, las tesis sobre literatura no son literatura, son bibliografía. Pero lo peor de todo es que la gran mayoría de las tesis ni siquiera en su estatus de bibliografía tienen lectores, y las pocas que sí los tienen, como es de esperarse, son leídas y recicladas sólo dentro del condescendiente medio académico, esto es, raramente salen de ese mundo autófago para defenderse solitas ante la crítica más feroz de la arena intelectual abierta.
Son muy pocas las que están escritas con un criterio que conjunte el rigor y la divulgación. ¿No resulta obsceno dedicar tres o cuatro años a escribir una tesis de doctorado que nadie tendrá interés en leer?
lunes, junio 27, 2005
Adiós, vacaciones
viernes, junio 24, 2005
Rechazo conradiano de lo sobrenatural
Joseph Conrad, en el prefacio a The Shadow-Line
viernes, junio 17, 2005
Lo escuché en un sueño anoche
«Pues debes saber que el amor, como la muerte, es una decisión».
jueves, junio 16, 2005
La Generación de la Crisis
miércoles, junio 15, 2005
País de Ibargüengoitias
Mientras tenga algo que decir, claro.
martes, junio 14, 2005
¿El compromiso del escritor?
Ante esas respuestas parciales de la mayoría de los escritores, es necesario apuntar el otro lado de la «doble raíz», la aceptación de las motivaciones «espurias» (el dinero, la gloria, el poder) y –meollo de las reflexiones recientes– de un posible compromiso moral con la época, postura individualísima que, sin embargo, sobre todo a partir de la caída del Muro de Berlín y la debacle de las ideologías, en este país es rechazada o negada por la elite y los acólitos de un medio cultural prejuicioso, inerte, frívolo, parásito, misógino, lambiscón, ninguneador y cínico.
jueves, junio 09, 2005
miércoles, junio 08, 2005
Mi nana Sara
Mis hermanos trataron de localizarme durante el fin de semana. Yo andaba en Cuernavaca y mi celular traía la pila descargada, yo había olvidado en el depa el cargador. Por una serie de circunstancias complicadas, no me enteré sino hasta hoy. Se siente raro, la muerte distante.
Retrato del artista psiquiatra
A. Lobo Antunes, Memória de elefante
martes, junio 07, 2005
Francisco Cervantes, poeta del presente
¿Por qué lusófilo? ¿Por qué no ¡mejor! un afrancesado o un borgeano amante del orbe anglosajón? Es insólito que en diferentes artículos y entrevistas hubiese tenido Cervantes que justificar su lusofilia. Pero se comprende: Portugal y España llevan casi cuatro siglos de estar unidos por la espalda: el primero con los ojos fijos en Inglaterra y la segunda en Francia o en su propio y arrogante ombligo. La cultura mexicana ha heredado el desdén hispánico hacia el universo de habla portuguesa y, lo sabemos bien, Fernando Pessoa y José Saramago –si acaso Rubem Fonseca, recientemente Lobo Antunes– han sido sólo las excepciones que ratifican la costumbre.
Como Alfonso Reyes y Juan Rulfo, fue Cervantes un lusófilo enfático. «Nunca he sido extranjero en un país de esta lengua», proclamó al terminar una charla en el Centro de Estudos Brasileiros de la ciudad de México el 25 de noviembre de 1986. Ante el rechazo o las sonrisitas condescendientes de quienes desconocen la universalidad literaria de Camões y Gil Vicente, de Tomás Antonio Gonzaga y Almeida Garrett, de Eça de Queiroz y Machado de Assis, de Carlos Drummond de Andrade y Jorge de Sena, Clarice Lispector y Sophia de Mello Breyner Andresen, João Guimarães Rosa y Murilo Mendes, ¡uf!, ¡tantos más!, ante esa inconsciente lusofobia –venía diciendo–, Francisco Cervantes se vio precisado a explicar las razones personales de su amor a lo lusobrasileño.
Primero tiene que ver su raíz gallega, el pasado de su familia en la tierra donde parecen fundirse las diferencias de lo portugués y lo castellano. Segundo, su descubrimiento de Brasil a través de Pepe Carioca, el gracioso loro vestido con los colores de la bandera brasileña en una película de Walt Disney, Los tres caballeros, que a su vez lo llevó a enamorarse de la lusitana Carmen Miranda. Tercero, el azaroso encuentro en su adolescencia de una antología de poesía brasileña preparada por Manuel Bandeira, libro cuya lengua extranjera y sin embargo invitante y posible pareció hablarle de un mundo intuido en su propia sangre. Y cuarto, el amor de una mora, una portuguesa que lo llevó a escribirle fados y cantares de amigo en una mezcla seudoarcaica de castellano, gallego y portugués, la base –dicen algunos– dificultosa o indescifrable de su libro mayor, Cantado para nadie, publicado en 1982 y que le valió el Premio Xavier Villaurrutia:
Quisiera hablar en vuestra lengua
Mas lo que diré no daría matices
Ni su sombra sería de lo deseado.
Decidme entonces qué palabras, tonos,
O la ausencia de ellos servirían.
(«Sustento del olvido», en Cantado para nadie)
Así, en Cantado para nadie, Aulaga en la Maralta (1985), Heridas que se alternan (1985) y Los huesos peregrinos (1986) hay poemas completos, o si no, versos y epígrafes, o sólo títulos en portugués o en gallego. Homenajes a Luís de Camões, Gil Vicente, el rey Don Dinís, el trovador Joan Zorro, Rosalía de Castro, monólogos dramáticos o evocaciones de la vida y hechos de reyes y navegantes portugueses, poemas de saudades a la amada, Galicia, Lisboa y el río Tajo, hacen de este ciclo central (para mí, el más valioso de Francisco Cervantes) un universo entrañable, saudoso e invitante. Difícil no ratificar la propia lusofilia –o caer en su embrujo de una vez y para siempre– luego de recorrer esta región del mundo poético de Francisco Cervantes.
Así, fue en Cervantes la lusofilia una atadura posible del apátrida. Porque, a diferencia de Octavio Paz, que mantuvo con totalizante voracidad la mirada y la palabra en el nombrar y el pensar sobre el aquí y el allá –eso que llamamos México y eso que llaman el mundo–, que supo mezclar la herencia europea y la embrujante ignotez de India y Japón con las raíces mestizas de un nativo de Mixcoac, Francisco Cervantes sólo quiso desmexicanizarse y casi exclusivamente volverse un amante saudoso de Lisboa, un juglar andariego, un trovador gallego del siglo XIII, un secreto heterónimo de Fernando Pessoa. Receloso de que ninguna Patria puede congregar entre sus límites la inasible aspiración de humanidad, Cervantes jaló con perseverancia el extremo del allende, de las raíces antiguas de una época en la cual México no existía ni como brumoso proyecto de Jehová... Pero, ¡ah, caramba!
¿Se puede renunciar a la época?
lunes, junio 06, 2005
La apuesta es personal
Mario González Suárez, el autor de la suprema y escalofriante De la infancia, ataca el realismo porque, considera, es el «género que posee una gran eficacia didáctica y demagógica pues crea la ilusión de que hay una coincidencia entre lo escrito y la realidad. El realismo es —más que una forma— la doctrina que mejor casa con los intereses y objetivos políticos del Estado». Además, González Suárez califica de «ingenuidad» cualquier narrativa realista porque «no se puede dar solución en el espacio textual a problemas que la requieren en los ámbitos social o político».
Ahora, supón el caso siguiente: un joven, una muchacha, un anciano —aquí no importan el sexo ni la edad— se pone a escribir, digamos... una novela. Partiendo de estímulos en un primer momento no del todo claros para sí mismo, poco a poco se da cuenta de que en su narración se delata una rabia visceral ante su mundo y su época; sin embargo, a pesar de que responde a esos estímulos y pulsiones de la realidad —pero que siente como estímulos y pulsiones íntimas porque le importan brutalmente, porque le atosigan el pensamiento, porque lo incomodan y apremian y desea transmitir a la página esa incomodidad y apremio, ese pensamiento atosigado, esas pulsiones brutales que intuye compartidos de alguna inconsciente manera con los demás vivientes de su época—, busca crear un mundo que tenga al mismo tiempo validez literaria. Es decir, aúna el qué de su fuerte y particular exasperación con el cómo de sus lecturas, práctica y reflexiones sobre el acto de escribir.
Y no se trata en su caso de darle solución en un libro de ficción (es decir, lleno de hechos inciertos e imaginarios) a los problemas de la «realidad». Más que nada, escribe, como diría Gombrowicz sobre Rabelais, «lo mismo que un niño hace sus necesidades bajo un arbusto: para aliviarse». La escritura se revela como un proceso íntimo, nacido, sí, de las contradicciones ineluctables con su circunstancia, pero siempre y en definitiva aislado del hacer «práctico» del mundo. Precisamente porque es un libro, porque es escritura, significa una renuncia a priori a lo que se entiende por «acción», al ámbito de lo práctico: pero el estar encerrada o encerrado en su cuarto frente a una hoja de papel o la pantalla de la computadora no es un escapismo hacia la torre de marfil, pues la escritura, al valerse de un lenguaje creado en sociedad, es una forma del actuar en esa sociedad. La suya es, pues, la necesidad de explorar y expresar en el papel y la tinta el desasosiego de su existir en este mundo y esta época, desasosiego tal vez cercano al que sienten aquellos que nunca habrán de tomar una hoja de papel ni se acercarán a un teclado con la perentoria e incomprensible fatalidad de escribir una obra maestra que vivifique los mapas sociales del lenguaje y reconstruya en ciento cincuenta o doscientas páginas el caos insoportable y mirífico del mundo —y no es, claro, el oportunismo y el afán de lucro de los profesionales de la corrección política que defienden maquinalmente la causa de moda por el puro afán de ganar fama y currículum de abajofirmantes y vestirse del hipócrita ropaje de luchadores sociales para que los lectores de izquierdas los lean con benevolencia acrítica.
viernes, junio 03, 2005
Creer
Tan sencillo como recordar que la invención de la escritura hizo nacer la Historia: escribir sí cambia el mundo.
jueves, junio 02, 2005
De la literatura como acción
martes, mayo 31, 2005
Aquiles según Calasso
Roberto Calasso, Le nozze di Cadmo e Armonia
jueves, mayo 26, 2005
Tierra Adentro
Unos van por un sendero recto...
Otros caminan en círculo,
Añoran el regreso a la casa paterna
Y esperan a la amiga de otros tiempos.
Mi camino, en cambio, no es ni recto, ni curvo,
Llevo conmigo el infortunio,
Voy hacia nunca, hacia ninguna parte,
Como un tren sobre el abismo.
Anna Ajmátova
lunes, mayo 23, 2005
Peripecias de un bloguero ingenuo
E. me habló por teléfono: ¿ya viste los comentarios de B. a tu último post?
No, déjame veo -le dije.
Cualquiera habrá de pensar que somos unos desokupados bohemios güevones, pero no: aunque de B. nada sé, de E. tengo entendido que trabaja en una oficina de gobierno, tiene un horario de tiempo completo y de vez en cuando dedica tiempo a flirtear con las muchachas de otros pisos en el mismo edificio donde trabaja.
En fin: el regaño de B. me llevó a decirle a E. que me retiraba del blog colectivo. Apenas me doy abasto con este No Blog, donde pongo lo que me da mi regalada gana, con todo y que mi lector Augusto se pase pitorreando de mi cursilería. Mucho de esto son «palabras de otros», como diría Carlos Oliva Mendoza. Por eso es un No Blog, quiero decir, al menos, un No Blog Literario, porque aquí meto cualquier cosa, sin detenerme a pensar en si literariamente va a satisfacer el exigente criterio de mi seudoamigo Augusto: confesionario de adolescente, ingenuas y rimbombantes declaraciones de un escritor novato, antología de frases y textos ajenos, cartitas personales, fragmentos de mis textos narrativos inéditos, lo que sea, todo lo que me venga en gana. La delicia de ser tu propio editor no tiene límites ni vergüenza.
sábado, mayo 21, 2005
El lenguaje de los poetas
–No, no es eso de ningún modo lo que queréis dar a entender. Es más bien este otro: «Suave, ardiente, aterciopelado sexo».
La literatura es así.
Francisco Tario, Equinoccio
martes, mayo 17, 2005
Escribir porque
La respuesta será siempre, como quería Marina Tsvietáieva: «¿Para qué escribo? Escribo porque no puedo no escribir. A una pregunta sobre la finalidad - una respuesta sobre el motivo, no puede haber otra».
lunes, mayo 16, 2005
El biógrafo de su lector, en palabras de Socorro Venegas
Socorro Venegas
Percibir a Macedonio Fernández, en palabras de Borges, puede ser tan simple y complejo como percibir “un sabor o como un dolor; si el otro no ha visto ese color, si el otro no ha percibido ese sabor, las definiciones son inútiles”. Por ello resulta oportuno y particularmente valioso el estudio de Geney Beltrán Félix: El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández. Nos llega este libro, pues, de primerísima mano, es decir, de alguien que ha logrado percibir al gran Macedonio.
El autor, que se define a sí mismo como “un joven crítico que por su solo y tan raro nombre de pila” bien podría ser personaje de alguna novela de Macedonio Fernández, se ocupa en este libro de este personaje singular de las letras hispanoamericanas. Analiza fundamentalmente dos de sus obras: No toda es vigilia la de los ojos abiertos y Museo de la novela de la Eterna, que, como explica Geney Beltrán en su “único y serio prólogo”, fueron escritas en la “semioscuridad de una vida desarreglada y bohemia”.
Podría decirse que Macedonio, en sus obras, propuso a un lector muy activo, un poco quizás a imagen y semejanza suya: si, como dice Geney, Macedonio era más un “pensador que escribe” que un “escritor que piensa”, paradójicamente el lector ideal para la literatura de Macedonio es un lector que piensa, más que un lector que lee. De hecho, asienta Geney, a Macedonio no le interesaba mucho ser leído, no guardaba sus borradores o las servilletas donde escribía alguna idea ni perseguía editores. No: era más una mano etérea tanteando en lo invisible que una mano de escritor.
Borges también alude a este afán de Macedonio por permanecer apócrifo, como Sócrates, Pitágoras o Buda, y remata: “¡Qué raro! La gente que ha influido más en la humanidad ha sido la gente que ha conversado y no ha gente que ha escrito”.
La obra de Macedonio es lúdica, y uno de sus juegos más divertidos es el metaliterario. Dice Geney Beltrán, refiriéndose a Museo: “La Novela es un personaje que lee la novela: se lee a sí misma”. Así, Macedonio dialoga: con su lector, con sus personajes, con su obra en el momento en que está creándola. Y el análisis de estas y otras peculiaridades es presentado con un estilo muy claro y fresco por el ensayista. No son cualidades menores, pues El biógrafo de su lector está muy lejos de ser uno de esos inaccesibles ensayos para especialistas, se trata por el contrario de una obra que invita amablemente a leer a Macedonio Fernández. Geney Beltrán logra presentarnos a este complejo autor, revela y descifra claves imprescindibles para comprender a Macedonio y a su obra: “Sólo con el conocimiento de sus ideas metafísicas se ilumina ventajosamente la comprensión de sus ideas estéticas y de su exigente literatura”, dice Geney Beltrán.
Además, el ensayista constantemente se dirige al probable lector con guiños que consiguen mantener vigente el interés por continuar la lectura. Así, resulta que Geney Beltrán también dialoga, con cierto acento lúdico, con su lector, en un ejercicio que lo aproxima aun más a Macedonio.
Este libro, merecedor por cierto del Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2002, nos sumerge en ese universo excepcional de Macedonio, donde todo parece estarse creando y mirando por primera vez en el instante en que es nombrado. Es bueno recordar que Borges comparó a Adán con dos hombres. Uno era Whitman. El otro, desde luego, Macedonio Fernández.
viernes, mayo 13, 2005
De la víctima como cómplice de su verdugo
Kôbô Abe, El rostro ajeno
jueves, mayo 12, 2005
Refutación del ensayo literario
Si de por sí escribir (ficción, poesía, drama) ya es una ociosidad o, mejor aún, una inutilidad, escribir sobre inutilidades ociosas es doblemente ocioso e inútil. Los ensayos literarios salen sobrando en la existencia del mundo. Frecuentemente son sólo ajustes de cuentas entre mafias de escritores o alabanzas a compañeros de equipo y de ruta.
Y sin embargo el deseo está ahí: hablar de literatura, la pasión solitaria más inútil del mundo.
miércoles, mayo 11, 2005
Personaje de Kertész
Imre Kertész, Kaddish por el hijo no nacido
martes, mayo 10, 2005
Ensayistas brasileños
Esta antología, Ensayistas brasileños. Literatura, cultura y sociedad, acaba de ser publicada por la UNAM. Los compiladores son Regina Crespo y Rodolfo Mata. Incluye textos de escritores de los siglos XIX y XX, como José Veríssimo, Euclides da Cunha, Lima Barreto, Monteiro Lobato, Oswald y Mário de Andrade, Gilberto Freyre, Carlos Drummond de Andrade, João Cabral de Melo Neto, Antonio Candido, Haroldo de Campos, etcétera. Es una selección cuidadosa, amplia y polifacética de la literatura de ideas en Brasil. Los traductores son varios (entre ellos, tu servilleta).
viernes, mayo 06, 2005
Carta a Loulou, 3
"Eres libre", ella me dijo.
"No, la libertad no existe. La existencia es ya una esclavitud".
Mariana y Daniel me recomendaron ayer la película La casa de los cuchillos. Pensé en ir hoy, pero la abulia me detiene. A las 7 debo estar (debo, ¿entiendes?) en La Guadalupana de Coyoacán. Veré a Zamná, Marco, Elena, algunos otros del ya extinto Club del Tobi Renegado. Invité a Augusto, pero no me ha respondido.
Nada sucede. Sí, sí ha sucedido ya: volveré al pasado. Esta vez, no obstante, se llamará futuro, es decir, presente.
miércoles, mayo 04, 2005
Libro de la quincena: La conquista de México-Tenochtitlan, de Jaime Montell
Montell es el primer historiador mexicano desde Alfredo Chavero (que en 1884 publicó su Historia antigua y de la Conquista) en dedicarse a la escritura de una versión ambiciosa, completa y analítica de la Conquista. Frente al desdén que gran parte de los historiadores académicos mexicanos muestra hacia la divulgación, Jaime Montell se ha esmerado por ofrecer en La conquista de México-Tenochtitlan un resumen riguroso y amplio, pero sustancioso y ágil de la Conquista, dirigido no a públicos especializados sino al lector común.
Esta hazaña no es menor ni desdeñable, pues Montell no forma parte de la academia universitaria: se trata de un ranchero apicultor del norte de Veracruz, un lector voraz que durante muchos años, con cargo a su propio bolsillo, se dedicó a recopilar y estudiar toda la información documental existente sobre la Conquista. Mientras la historiografía académica mexicana, como ha señalado Enrique Florescano, se mantiene divorciada de la “memoria nacional”, Montell, quizá gracias a su propio distanciamiento del cenáculo universitario, en su acercamiento al tema de la Conquista ha logrado conjugar un sólido rigor documental con una capacidad narrativa muy vivaz y agradecible.
martes, mayo 03, 2005
Carta a Loulou, 2
Por lo demás, acepto que hay más dudas que certidumbres. Probablemente, al final no haré nada. Dirás en todo caso que cometería una estupidez si vuelvo al pasado, pero ¿has visto que el 101 por ciento de las cosas que hago pueden recibir ese nombre? El amor nunca es desinteresado. ¿No son el miedo a la soledad y el deseo sexual los motivos normales para crearse esa ficción real que llaman amor? ¿Qué hay de malo en aceptarlo? Lo otro es que, no, el amor quizá no sea un acto de la voluntad. O, por lo menos, la voluntad humana no es enteramente racional. Participan en ella impulsos que van más allá de nuestra conciencia y conocimiento.
Loulou, sonríe. Mucha suerte a Caro en sus clases.
miércoles, abril 27, 2005
El amor como ficción
*
El amor es una ficción. Como todas, nace de la soledad. Como todas, fracasa ante el mayor roce con el otro.
*
Pero el amor no existe. Quiero decir: somos mezquinos, alevosos, interesados, cogelones, posesivos, egoístas, ambiciosos, manipuladores. El amor es el retrato mandado a hacer para verse sin esos defectos.
lunes, abril 25, 2005
Reseña de El biógrafo de su lector
Geney Beltrán Félix, El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, México, Conaculta / Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, 2003 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 258), 212 pp.
Pablo Martínez Lozada
Al leer libros como éste se agradece que aún existan premios que otorguen al ganador la publicación de un original inédito, pues El biógrafo de su lector es la típica pesadilla de un dictaminador: una obra clara, original, inteligente, realizada con un sentido del humor más que bienvenido, que cumple tanto en el análisis sesudo del tema en cuestión como en la escritura precisa y elegante, pero que comete el gran pecado de estudiar a un escritor del que todos han oído hablar pero que casi nadie lee. ¿Cómo publicar una obra así? Por fortuna, Geney Beltrán Félix recibió por esta Guía… el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2002, así que ya no es necesario plantear esa pregunta.
Aunque El biógrafo de su lector se anuncia como un estudio general sobre la obra de Macedonio Fernández (1874-1952), el grueso del libro es una lectura crítica de Museo de la novela de la Eterna (1967). El resto del corpus macedonio se analiza en términos de esta obra cumbre: así, las paginas dedicadas a No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928) se encargan de analizar las ideas metafísicas de Macedonio como preámbulo al estudio del papel que juegan en Museo…, pues “toda la obra literaria de Macedonio tiene como justificación postular un idealismo absoluto. Y de aquí nace su dificultad mayor. Sólo con el conocimiento de sus ideas metafísicas se ilumina ventajosamente la comprensión de sus ideas estéticas y de su exigente literatura” (p. 14).
Los primeros capítulos, entonces, están dedicados a No toda es vigilia…, los poemas y Papeles de Recienvenido (1929) en función de la obra novelística de Macedonio Fernández. La inquietud de este primer análisis es explicar la metafísica y la estética como claves de su narrativa. Si bien la metafísica macedoniana se expone brevemente en términos de otras filosofías, es en el examen de la teoría estética donde se halla lo más cercano a una discusión académica en todo el libro. Al hablar de la estética del argentino, Geney Beltrán establece una serie de paralelismos entre el autor y los formalistas rusos. Estas páginas pueden despistar al lector: aunque resulta claro que lo que se quiere es resaltar la originalidad y vigencia de los planteamientos de Fernández, lo cierto es que en un primer acercamiento esta parte del libro parece no estar del todo articulada con el resto. Sólo un examen más detallado permite entender el propósito de estos párrafos: situar al autor en la discusión estética de las vanguardias (hecho importante para alguien cuya cronología es engañosa, pues nunca se preocupó por la publicación de su obra) y demostrar el papel central que juegan las inquietudes estéticas de Macedonio en el centro de todos su textos.
Las paginas dedicadas a Papeles de Recienvenido y a la obra poética son mas bien someras, pero cumplen con el cometido de exponer con brevedad la teoría del humorismo conceptual y el idealismo que se muestra en los poemas de Macedonio: se trata de dos pasos intermedios, que preparan para el lector impaciente la entrada a la interpretación de Museo de la Novela de la Eterna.
La tercera y cuarta partes de la obra contienen el meollo de la exposición: la explicación de cómo, a través de las digresiones, los prólogos interminables, los juegos metaliterarios, logra el novelista producir en el lector un efecto estético que lo lleve a concluir “la negación metafísica de la realidad y la afirmación de la inmortalidad del ser” (p.192).
Se dice fácil. Pero tal efecto sólo puede comprenderse cabalmente conociendo las ideas filosóficas de Macedonio: de ahí la virtud y utilidad del libro de Beltrán. No estamos sólo ante un análisis riguroso de personajes y estructuras: El biógrafo de su lector presenta un verdadero mapa de ruta para leer Museo… sin tener que detenerse en interminables notas eruditas. Partiendo de la premisa de que Museo… es, a simple vista, una obra “fallida, mas actual” (p. 210), el análisis de Beltrán es una seductora invitación a la lectura de la obra mayor de Macedonio enfocada, precisamente, en las áreas que hacen esa lectura más engorrosa el lector común: la digresión, la disquisición metafísica, la estructura aparentemente deshilachada de la novela se muestran aquí no como defectos, sino como las piezas esenciales para entender el sentido de lo que se ha visto como un libro reservado para escritores y especialistas.
De ahí surge la pregunta más pertinente: ¿quién es el lector de este libro?
El grueso del público estará formado, sin duda, por profesores y estudiantes interesados en las vanguardias latinoamericanas. Aunque el libro no es académico (salvo, quizá, en la discusión sobre el formalismo apuntada más arriba), tiene la virtud de estar argumentado con todo rigor y –sobre todo– de incorporar los principales estudios que hasta ahora se han escrito sobre Macedonio Fernández. Esta labor por sí sola es valiosa: la síntesis bibliográfica debe ser una de las primeras metas que cumpla cualquier libro que sirva de introducción a la obra de un autor. Existe más de un curso de literatura latinoamericana en el cual se estudia a Macedonio, aunque sea de forma muy somera: se antoja que El biógrafo de su lector pueda convertirse en referencia importante para dichos cursos.
El otro tipo de lector parece menos natural, y es precisamente al que se debe invitar a esta lectura. Al contrario de lo que sucede normalmente con las obras críticas, es recomendable leer El biógrafo… antes de leer a Macedonio, y no después: los lectores se enfrentarán con menor desconcierto a las páginas de Museo... si están preparados para enfrentar sus obstáculos más notables. El presente libro es una magnífica invitación a la lectura de un escritor que se conoce demasiado poco, pero cuya lectura ayudaría, entre otras cosas, a situar mejor en su contexto la narrativa argentina del siglo XX.
Para terminar, unas líneas sobre el título. Beltrán apunta que Museo… dibuja una “biografía del lector” porque éste no está preparado para leer una novela tan original e innovadora. El juego, sin embargo, no termina con Macedonio: Beltrán lo incorpora de manera muy sutil para insertarse, cual los personajes de Ricardo Piglia, en el mundo (¿real? ¿ficticio? ¿importa?) de la novela de Macedonio. En primer lugar, desliza en puntos distintos de su obra apóstrofes al lector de inocencia aparente: “paciente lector”, “lector cuidadoso”, etc. Lejos de establecer una simple relación de complicidad, esto permite al ensayista jugar el juego macedoniano: calificar al lector vale lo mismo que inventarlo; Geney Beltrán es, también, un biógrafo de sus lectores.
En segundo lugar, si el autor comparte su “recorrido personal macedoniano” (p. 17), lo hace como lector de Macedonio, vale decir biografiado de Macedonio. Como el protagonista nabokoviano que, con el pretexto de publicar una biografía de Chernishevsky, presenta al mundo literario de los emigrados rusos un autorretrato deslumbrante, Geney Beltrán nos ha dado un libro que, con el pretexto de introducirnos a la lectura del incomprendido escritor argentino, también nos dice mucho de su lector: un crítico agudo y sensible, un profundo pensador de la literatura, un escritor ameno, preciso e incisivo. Como primer libro, promete sin duda muchísimo.
miércoles, abril 20, 2005
Suposición de semejanza
Quem é que o poderá sonhar?
A alma de outrem é outro universo
Com que não há comunicação possível,
Com que não há verdadeiro entendimento.
Nada sabemos da alma
Senão da nossa;
As dos outros são olhares,
São gestos, são palavras,
Com a suposição de qualquier semelhança
No fundo.
(Fernando Pessoa, Poesias inéditas, 1930-1935, tomo VIII de la Poesia completa en la editorial Ática)
martes, abril 19, 2005
Carta a Loulou, 1
lunes, abril 18, 2005
Exploración del miedo
¿Entonces? ¿Quién tiene la razón? ¿Hay verdugos y víctimas?
La raíz del mal es el miedo.
Así, con el miedo un hombre, una mujer cualquiera podrá, sin razonarlo e incluso razonándolo con mil justificaciones, caer en la piel del verdugo o en la de la víctima. Sólo existe el miedo. Nunca nos dejará. Sólo existe el miedo.
Epígrafe nuestro de cada día
José Luis Rivas, Relámpago la muerte
viernes, abril 15, 2005
El todoamoroso argentino
Macedonio Fernández
martes, abril 12, 2005
El poeta se niega a la conquista...
e pela memória persistente erra:
na dor do nome afirma seu percurso;
entre palavras, não entre ilhas,
encontra os atlas codiciados
e seus portulanos, seus astrolábios
são suas móveis sensações;
à reluzente sala do butim
prefere o ouro entre o cascalho,
o mercúrio dentro da rocha,
o quetzal vivo no arvoredo,
canto que é puro esplendor;
ourives de seu desterro,
da matéria de sua pele
faz o gume de sua espada.
(Horácio Costa, fragmento de O menino e o travesseiro.)
lunes, abril 11, 2005
Sentido de irrealidad
Escribes porque no existes: buscas el eco de tu voz en otros ojos y otros labios.
Escribes porque el mundo existe: hay que negarlo (y al dolor con él).
Escribes porque existes: raíz de toda angustia.
viernes, abril 08, 2005
Adiós a Loulou
jueves, abril 07, 2005
Principio imposible de la escritura
João Guimarães Rosa, “Os chapéus transeuntes”, de Estas estórias
miércoles, abril 06, 2005
Opinión personalísima sobre un tema de coyuntura
No, yo digo: ahora caerá el Peje, un gobernante déspota que no respeta las leyes (salvo cuando le conviene), que pasa por encima de los derechos de los ciudadanos que a priori él sabe no votarán por él, un iluminado que demuestra que lo peor del neoliberalismo es que permite el surgimiento de este tipo de demagogos... y quizá mañana caigan los otros delincuentes de la política, que no son peores ni mejores que él. Sencillamente iguales.
El Peje no es un imprescindible porque no es ni será un estadista. Para "mejorar" el transporte en la ciudad, acaba con los árboles de Insurgentes, porque es más fácil hacer un ecocidio que poner en orden a sus clientelas de microbuseros y taxistas piratas. Cuatro años en el poder y es hora que no ha resuelto los graves problemas del transporte público, una de las tareas básicas de un simple alcalde, pues el transporte es una de las necesidades básicas de la población. Y así hay tantas tareas de bajo perfil, de poco relumbrón, que debería haber hecho si realmente le interesaba gobernar esta ciudad por el ánimo de cambiar la realidad y no por juntar votos para la presidencia. No ha hecho ninguna.
Si lo desafueran o no, me da igual. Nada cambiará.
martes, abril 05, 2005
Para el pequeño francófilo enamoradizo que todos llevamos dentro
Marcel Proust, À l’ombre des jeunes filles en fleurs
lunes, abril 04, 2005
Nada quedará
Entonces ¿para qué escribir? Para qué sufrir ante la página en blanco, para qué corretear las pinches palabras que no se dejan, que se derriten en la frontera de la idea o la emoción sin lograr ni pálidamente trasmutarlas, para qué soñar con la fama y el reconocimiento y desvelarte ante la pantalla de la computadora, para qué ir por la calle dialogando mudamente con los fantasmas obsesivos que quieres transformar en palabras sin poner atención a los microbuses, la gente apresurada, el pavimento y las hojas de los árboles, para qué dejar de escuchar las palabras vivas de tu hija y hundirte en libros que no hablan, para qué renunciar a los gritos caducos pero intensos del mundo, si nada quedará.
Te dices que ninguna emoción, ninguna idea podrá sobrevivir al último día del futuro.
Y aún así insistes. A veces te llega la voz de la paciencia: no importa cuánto te tardes, no cuentes los meses y los años, tú sigue escribiendo. Tendrás treinta y cinco, cincuenta, setenta: en algún momento –luego de años o lustros o décadas– surgirá El Libro –Uno– que traducirá tu mundo sin traiciones. No desesperes. Escribe y borra, escribe y corrige, escribe y goza. Regresa a las frases una y otra vez, no las sueltes, no le des licencia a la pequeñez o al desaliento.
Llegará un momento en que ahí estará: el arte, las palabras exactas y vivas, una tras otra, ahí estarás tú, en el papel.
Y después, tiempo después, todo habrá terminado y nada habrá permanecido.
(Fragmento de "El miedo a escribir", ensayo publicado en TextoS 12, octubre-diciembre de 2003, pp. 135-138.)